«Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar». Mateo l l : 28.
ESTA MAÑANA Buenos Aires despierta, perezosa, sumergida en una niebla espesa. Me levanto, y bajo al restaurante del hotel a desayunar. En mi mesa, tengo un par de medialunas y una taza de chocolate con leche. A mi lado, en otra mesa, una pareja discute su relación hecha pedazos. No les importan los demás.
En el clímax de la discusión, el hombre golpea la mesa con violencia, se levanta y vocifera: «Estoy cansado de esta vida miserable. No quiero verte más. Me voy».
Y se va. Quién sabe adónde. Toma la avenida 9 de Julio y desaparece. La señora lo sigue, inundada en lágrimas. Subo a mi cuarto. Mi ventana da al Obelisco. Me quedo un rato, observando aquella joya arquitectónica, símbolo de esta ciudad cosmopolita. Después, recordando el triste incidente del desayuno, empiezo a escribir. «Estoy cansado de esta vida miserable», dijo aquel hombre antes de partir.
Todos los días, hay gente que despierta cansada. No es cansancio físico; ¡ojalá lo fuera!
Para ese tipo de cansancio, hay remedio. Pero ¿qué haces cuando el peso de tus dificultades te abruma? ¿Adónde vas cuando las sesiones de psicoanálisis no resuelven tus problemas, ni los somníferos logran que duermas?
El hastío de vivir lleva al ser humano a la inercia emocional: ama sin amar; camina sin observar. No disfruta de las cosas bellas que la vida ofrece. Simplemente, sigue el rumbo de la existencia, sin alegría.
Más de dos siglos atrás, el Señor Jesucristo dijo: «Venid a mí todos los que estáis cansados». Esta es una invitación para quienes están cansados de vivir las acritudes cotidianas; para los que luchan y no alcanzan; para los derrotados; para los que cayeron en la rutina agobiante de trabajar sin motivación.
Nadie jamás vino a Jesús y regresó frustrado. El es el agua de vida, que calma la sed del alma. El pan que satisface el hambre del espíritu. Millones lo han buscado, Y han recibido el bálsamo curador de la paz que inunda el corazón del cansado peregrino.
Hoy puede ser tu día de encuentro con Jesús. Es tan simple. Solo debes abrir el corazón y decirle que no puedes. Aceptar tus limitaciones humanas y confiar en su poder divino. No salgas hoy a enfrentar las cosas que te esperan allá afuera sin repetir la Promesa de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar».