«¿Por qué tengo que andar angustiado, oprimido por mis enemigos? Envía tu luz y tu verdad, que ellas me guíen. Que me lleven a tu monte santo, al lugar donde vives. Allí iré al altar de Dios, a Dios mismo, la fuente de toda mi alegría. Te alabaré con mi arpa, ¡0h Dios, mi Dios!». Salmo 43: 2-4. NTV.
EL SEÑOR JESÚS VINO a este mundo lleno de misericordia, vida y luz, listo para salvar a los que acudieran a él. Pero no puede salvar a nadie contra su voluntad. Dios no fuerza las conciencias. No tortura el cuerpo para obligar a los seres humanos a obedecer su ley. Esa forma de proceder es la de Satanás. El Señor ha dejado perfectamente claro que concede al pecador el privilegio de cooperar con Dios. Provee luz, y proporciona evidencia en favor de la verdad. Indica con claridad cuáles son sus requerimientos, y permite que el pecador tenga la responsabilidad de aceptar su verdad, y recibir gracia y poder para cumplir cada uno de sus preceptos, y hallar paz y sosiego al prestar un servicio voluntario a Jesucristo, quien pagó el precio de su redención.
Si el pecador vacila y no aprecia la luz que ha alcanzado su intelecto y conmovido sus sentimientos, y rehúsa rendir obediencia a Dios, la luz disminuye en intensidad, pierde fuerza, y finalmente se desvanece de la vista. Los que dejan de apreciar los primeros rayos de luz, no necesitan evidencias más decisivas en favor de la verdad. Si los tiernos llamamientos de Dios dejan de hallar respuesta en el corazón del pecador, la primera impresión hecha en su mente pierde significado y finalmente queda a merced de las tinieblas. La invitación está llena de amor. La luz es tan brillante cuando finalmente se la rehúsa, como cuando por primera vez iluminó el alma; pero cuando alguien rechaza la luz se llena de tinieblas’ Y no comprende cuál es el peligro de despreciarla. Cristo dice al pecador: «Por un poco más de tiempo la luz está entre ustedes» (Juan 12: 35, RVC).— The Youth’s Instructor’ 17 de Agosto de 1893.