«¿Y qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma?» (Marcos 8:36, NTV).
Alejandro Magno fue rey de Macedonia desde 336 a.C. hasta su muerte. Hijo y sucesor de Filipo ll de Macedonia y Olimpia de Epiro, su padre lo preparó para reinar, proporcionándole una experiencia militar y encomendando al gran filósofo Aristóteles su formación intelectual. Murió en Babilonia el 13 de junio de 323
a.C., con 33 años, habiendo conquistado uno de los mayores imperios mundiales. Me gusta el poema «Los conquistadores», de Charles Ross Weede:
Jesús y Alejandro murieron a la edad de treinta y tres años, uno vivió para sí; el otro, para ti y para mí.
El griego murió en un trono; el judío sobre una cruz; la vida de uno pareció ser triunfal; la del otro, una gran derrota.
Uno dirigió grandes ejércitos; el otro anduvo solo.
Uno derramó la sangre de todo el mundo; el otro dio la suya propia. Uno conquistó el mundo durante toda su vida, pero lo perdió a su muerte; el otro perdió su vida para ganar la fe y la confianza de todo el mundo.
«Jesús y Alejandro murieron a los treinta y tres años, uno murió en Babilonia, el otro sobre el Calvario.
Uno ganó todo para sí; el otro se dio a sí mismo.
Uno conquistó todos los tronos; el otro, todas las tumbas.
Uno se erigió en un dios; Dios se humilló a sí mismo.
Uno vivió solo para maltratar; el otro solo para bendecir.
Cuando el griego murió, cayó para siempre su trono de espadas; pero Jesús murió para vivir para siempre como Señor de señores.
Jesús y Alejandro murieron a los treinta y tres, El griego esclavizó a los hombres; el judío los libertó; uno fundó su trono sobre la sangre; el otro sobre el amor. Uno tuvo su origen en la tierra; el otro, en el cielo.
Uno conquistó toda fa tierra, pero perdió la tierra y el cielo; el otro lo entregó todo para poder recibirlo todo. El griego murió para siempre; el judío, vive para siempre.
Uno perdió todo lo que conquistó; el otro ganó todo lo que entregó.