«Conságralos a ti mismo por medio de la verdad; tu palabra es la verdad» (Juan 17:17).
¿Te gusta ver nadar a los patos? Son tan buenos nadadores, que ni siquiera se les ven las patitas moverse bajo el agua. Pero lo más curioso de los patos es que cuando nadan en el agua no se mojan. ¿Cómo es posible, si están en el agua? Porque sus plumas son especiales.
Las plumas de los patos tienen grasa. Todas están revestidas como de un aceite, que produce una glándula llamada uropigio.
Esta glándula se ubica debajo de la cola de todas las aves, y es la encargada de segregar ese aceite que les recubre las plumas.
Como sabrás, el aceite y el agua no se mezclan, por eso las alas aceitosas de los patos son como impermeables al agua, de modo que el pato permanece seco, a pesar de estar dentro del agua. Así como los patos se mantienen secos dentro del agua, nosotros también podemos mantenemos «sin mezclarnos» con las cosas malas que hacen quienes están a nuestro alrededor.
Verás: en torno a nosotros siempre hay personas que dicen mentiras; que hablan usando palabras feas; que fuman; que beben alcohol; que dicen cosas malas de los demás, aunque no sean ciertas; que se drogan, arruinando sus vidas y las de quienes los rodean; que roban; que copian en los exámenes; que envidian…
Y nosotros tenemos que estar ahí, en ese medio, que nos influye. Necesitamos de una «grasa» que nos haga impermeables a ese ambiente negativo que nos rodea. Esa grasa es el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el instrumento que Dios nos da para mantenernos puros, en medio de un mundo de impureza. Es posible vivir una vida santa, de acuerdo con la Ley de Dios, a pesar de que veamos constantemente en la tele, en la calle y por todas partes cosas que no están de acuerdo con la Biblia.
Como los patos, que no se mojan con el agua, nosotros tampoco hemos de dejamos corromper por todas esas cosas negativas. Por nosotros mismos, esto sería imposible de lograr. Necesitamos del Espíritu de Dios, que nos hace impermeables al mal. Por eso, hoy no salgas de casa sin pedir a Dios su Espíritu, para que te resbalen esas aguas contaminantes de afuera.