«Los lavaré con agua pura, los limpiaré de todas sus impurezas, los purificaré del contacto con sus ídolos». Ezequiel 36: 25, DHH.
A FIN DE SER ACEPTOS a la vista de Dios, los dirigentes del pueblo de Israel debían prestar estricta atención a las condiciones sanitarias de los ejércitos israelitas, incluso cuando salían a combatir. Cada individuo, desde el comandante en jefe hasta el último soldado, estaba solemnemente encargado de preservar la limpieza de su persona y del medio ambiente, porque los israelitas eran elegidos por Dios como su pueblo peculiar.
Tenían el solemne compromiso de ser santos en cuerpo y espíritu. No debían ser descuidados ni negligentes en sus obligaciones personales. Tenían que preservar la higiene en todo y en todo lugar. No debían permitir nada contaminante ni malsano en su entorno, nada que pudiera mancillar la pureza de la atmósfera. Era necesario practicar la pureza interior y exterior (Deut. 23: 14).— Carta 35, 1901 (Comentario bíblico adventista, t. 1, p. 1133).
Los Diez Mandamientos que el Señor proclamó en el Sinaí no podían ser grabados en el corazón de gente desordenada ni desaseada. Si los israelitas no podían ni siquiera escuchar la proclamación de aquella santa ley, a menos que hubieran seguido las indicaciones divinas de lavar sus ropas, ¿cómo podrían esos sagrados mandamientos ser grabados en el corazón y la mente de quienes no mantienen la limpieza y la pureza de su cuerpo, su vestido o el lugar donde viven? Sería imposible. Su influencia resultaría negativa frente a los incrédulos.— The Health Reformer, Febrero de 1872.
El cielo es un lugar limpio y santo. Dios es puro y santo. Todos los que acuden a su presencia debieran prestar atención a sus indicaciones, y conservar su cuerpo y su ropa en una condición de pureza y limpieza, manifestando de este modo respeto a ellos mismos y a él. El corazón también debiera ser santificado.
Los que lo hagan no deshonrarán su sagrado nombre adorándolo mientras sus corazones están contaminados y su apariencia es desaliñada. El Señor ve todo eso. Observa la intención del corazón, los pensamientos y la pureza en la apariencia de aquellos que lo adoran.— Manuscrito 126, 1901 (Comentario bíblico adventista, t. 1, pp. 1133-1134).
Los ángeles se sienten impresionados con Io que observan que rodea al pueblo de Dios.— Carta 35, 1901.