“No crean ustedes que yo he venido a suprimir la ley o los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su pleno valor. […] Mientras existan el cielo y la tierra, no se le quitará a la ley ni un punto ni una letra» (Mateo 5:17,18).
¿Te gusta hacer experimentos? ¡A mí me encanta! Me gusta por dos razones: porque es divertido, y porque aprendo de manera fácil y rápida, sin que me tengan que dar ningún «sermón». ¿Qué te parece si hacemos juntos un experimento? Ve a buscar un lápiz, un vaso y agua. ¿Ya está? Ahora, llena el vaso con agua e introduce el lápiz adentro. Observa lo que ves desde todos los ángulos que puedas, moviéndote alrededor del vaso.
¿A que parece que el lápiz no es recto, sino que se parte o se tuerce? No, no es que esté partido ni torcido, ni que tus ojos te engañen, es que se está produciendo una ley universal, y no puedes evitarlo.
Lo que sucede es que la luz que viene de la mitad inferior del vaso tiene que pasar primero por el agua, luego por las paredes del vaso y, por último, por el aire. Siempre que un rayo de luz pasa de un medio a otro de distinto peso -por ejemplo, del agua al aire-, se desvía. A esta desviación se la conoce en física como «refracción».
Esta es una ley que no podemos evitar, así que, siempre que veas un objeto expuesto a una luz que tiene que pasar varios medios de distintos pesos hasta llegar a tus ojos, lo verás refractado, o partido o inclinado. Aunque en realidad no lo esté. Existen muchas leyes universales. Tal vez, hayas estudiado algunas en la escuela. Las leyes siempre se cumplen. Por ejemplo, si lanzas una pelota al aire se caerá, porque así lo hemos comprobado siempre. Y por eso, porque siempre ocurre, se ha convertido en una ley, que conocemos como la «ley de la gravedad».
Nuestro Dios, pensando en nosotros, nos dejó sus leyes escritas porque sabía que nos vendría bien conocerlas. Todo lo que Dios nos ha dejado escrito en su Ley de los Diez Mandamientos se basa sobre lo bien que Dios conoce el mundo, y que nos conoce a nosotros. Para que nos vaya bien, nos ha dejado en Éxodo 20 unas leyes, que nunca dejarán de existir «mientras existan el cielo y la tierra». Vivamos conforme a esas leyes.