Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán» (Salmo 126:5)
Había una vez un joven que tenía ideas novedosas acerca de cómo cosechar los campos de trigo. Su nombre era Cyrus McCormick (1809-1884). Desde niño, cuando trabajaba en la cosecha del campo que tenía su familia, notó que era mucho mejor realizar ese trabajo con máquinas, para aliviar la dureza de semejantes labores y hacer las tareas de forma más eficiente.
Así, en su adolescencia, Cyrus diseñó y patentó aparatos que de una forma u otra reducían la carga de trabajo para los peones y los esclavos. Ninguna de esas invenciones tuvo éxito. Al parecer, no estaba «cosechando» en su vida el esfuerzo y el trabajo «sembrados», justamente, en procura de realizar una máquina cosechadora.
El día histórico fue el 21 de junio 1831, cuando Cyrus McCormick terminó el invento que lo catapultó a liderar un emporio industrial de este tipo de maquinarías, que revolucionó la agricultura en el siglo XIX: la segadora automática. A este logro, le siguieron otros, como la engavilladora.
Es cierto que McCormick se basó sobre inventos previos de otras personas, pero su aporte y mérito estuvo en la integración de todos esos conceptos, en la obtención de las patentes respectivas y, finalmente, en la fabricación de la maquinaria, hasta hacerla comercial. McCormick sembró: soñó, se preparó, estudió, comparó, integró, no se desanimó y… un día, cosechó.
Ya lo dicen los versos de Manuel Sandoval:
«Lo que no logres hoy, quizá mañana/ lo lograrás, no es tiempo todavía;/nunca en el breve término de un día/ madura el fruto, ni la espiga grana./ No son jamás, en la labor humana,/ vano el afán e inútil la porfía; /el que con fe y valor lucha y confía/ los mayores obstáculos allana./ Trabaja y persevera que, en el mundo,/ nada existe rebelde ni infecundo] para el poder de Dios y de la idea./ Hasta la estéril y deforme roca/ es manantial cuando Moisés la toca/ y estatua cuando Fidias la golpea!
Hoy puede ser un día histórico. Ocúpate en sembrar. Olvídate de la recompensa: ella vendrá sola.
«Aquel que ha asignado a cada cual su obra’, conforme a su capacidad, no dejará pasar el fiel cumplimiento del deber sin recompensa. Cada acto de lealtad y fe será coronado con muestras del favor y aprobación de Dios. A todo obrero le es dada la promesa: ‘Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá con regocijo, trayendo sus gavillas’ (Sal. 1 26:5, 6)» (Elena G. de White, Testimonios para la Iglesia, t. 5, p. 373). PA