“Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hech. 9:5).
Aunque la persecución de Saulo a la iglesia comenzó en forma poco visible (mientras sostenía los mantos de los verdugos de Esteban), rápidamente se intensificó (ver Hech. 8:1-3; 9:1, 2, 13, 14, 21; 22:3-5). Varias de las palabras que usa Lucas para describir a Saulo lo pintan como alguien feroz, o un soldado saqueador inclinado a destruir a su adversario.
La palabra traducida como “asolaba”, por ejemplo, se usa en la traducción griega del Antiguo Testamento (Sal. 80:13) para describir la conducta destructora de un puerco montés, o jabalí.
La campaña de Saulo contra los cristianos era un plan deliberado para exterminar la fe cristiana.
Considera las tres descripciones de la conversión de Pablo (Hech. 9:1-18; 22:6-21; 26:12-19). ¿Qué lugar tuvo la gracia de Dios en esta experiencia? En otras palabras, ¿merecía Saulo la bondad que Dios le mostró?
La conversión de Saulo, desde una perspectiva humana, debió haber parecido imposible (de allí el escepticismo que muchos expresaron cuando escucharon hablar de él).
Lo único que Saulo merecía era un castigo, pero Dios extendió su gracia a este judío ferviente. Es importante notar, sin embargo, que la conversión de Saulo no sucedió en un vacío ni fue forzada.
Saulo no era un ateo. Era religioso, aunque muy equivocado en su comprensión de Dios. Las palabras de Jesús a Saulo, “Dura cosa te es dar coces contra el agujón” (Hech. 26:14), indican que el Espíritu Santo había estado convenciéndolo.
En el mundo antiguo, un “aguijón” era un palo largo y aguzado usado para impulsar a los bueyes cuando se resistían a seguir arando. Saulo había resistido el impulso de Dios por algún tiempo, pero en su camino a Damasco tuvo un encuentro milagroso con Jesús, y Saulo eligió no seguir luchando.
Piensa en tu experiencia de conversión. Tal vez no fue tan dramática como la de Pablo (la mayoría no lo es), pero ¿de qué manera similar recibiste la gracia de Dios? ¿Por qué es importante no olvidar nunca lo que Cristo nos ha dado?