«No pensaré más en el Señor, no volveré a hablar en su nombre», entonces tu palabra en mi interior convierte en un fuego que devora, que me cala los huesos. Trato de contenerla, pero no puedo» Jeremías 20: 9.
¡Ella no se callaba! Él estuvo sentado allí veinte minutos sin decir palabra y ella seguía hablando como un papagayo. Supongo que era su primera cita y aun cuando estuve tratando de ignorar su conversación en la mesa de al lado, simplemente no podía. Me preguntaba cuánto tiempo más podría aguantar aquel incesante lamento, pero el hombre que estaba sentado frente a ella estaba pasándola mucho peor. Observé la forma en que se hundía poco a poco en la silla. La expresión de su rostro me dijo que quería estar en cualquier lugar menos allí.
Finalmente, lo vi tomar aire y mencionar algo acerca del perro de su vecino. ¡Bravo! Ella hizo una pausa. Parecía que él podría manejar la conversación, pero ella volvió con fuerzas renovadas, contando repugnantes detalles sobre la forma en que había enseñado a su perro a hacer sus cosas. Fue horrible. Lo único que se me ocurre peor que desear que alguien pare de hablar, es desear que ¡tú mismo pares de hablar!
Esta fue la situación del pobre Jeremías cuando reflexionaba acerca del tiempo que había pasado predicando los mensajes de Dios a un pueblo terco.
Lo habían amenazado, lo habían encarcelado e incluso lo habían lanzado a una cisterna esperando que muriera y los dejara tranquilos de una vez. Pero lo irónico del asunto fue que nadie deseaba más su silencio que el mismo Jeremías. Estaba enojado porque Dios le seguía dando mensajes y anhelaba parar de hablar. ¿Por qué no podía parar? Porque cuando trataba de hacerlo, el mensaje se convertía en un fuego que lo devoraba y le quemaba los huesos.
Aunque sabía que se le había dado un mensaje difícil, también sabía que el Dios que estaba detrás del mensaje trataba de advertir a la gente del peligro de destrucción que corrían. El amor era la causa del mensaje y Jeremías no podía ignorarlo. Así que, una vez más se dirigió a la enfurecida multitud y les habló de la necesidad de arrepentirse y comenzar una relación viva con su Creador. Dios hará lo que sea para que su mensaje llegue a las personas, ¡incluso usarte a ti!