“De hecho, Dios da sabiduría, conocimiento y alegría a quien él mira con buenos ojos; pero al que peca le deja la carga de prosperar y amontonar tesoros para luego dárselos a quien él mira con buenos ojos. ¡También esto es vana ilusión y querer atrapar el viento!” (Eclesiastés 2:26).
El muchacho que se sentaba a mi lado en clases estaba completamente desubicado.
Aún no había terminado su último año de secundarla y ya estaba tomando clases en la universidad. Había comenzado a estudiar Ciencias Políticas porque le encantaba hablar, hablar y hablar de política. Cuando se cansó de la política, se cambió a Literatura y luego, a Arte. Después, cuando se dio cuenta de que no podía “encontrar su expresión” en ninguno de los ámbitos artísticos, como la pintura o la escultura, pasó a estudiar Filosofía.
En la clase de Filosofía, ubicada en un salón del sótano del edificio principal de la administración, él se sentaba a escuchar apasionadamente al profesor, que era alemán. No es que yo no encontrara interesante una discusión sobre si yo existía o no, pero creía que eso no tenía mucha relevancia en mi vida. De acuerdo con mi tarjeta de crédito, yo existía; y estoy seguro de que para la universidad también, sobre todo cuando tenían que cobrarme la matrícula. Por lo tanto, no tenía mucho sentido debatir ese punto. Yo solo quería graduarme, hacer dinero y seguir con “la vida real”.
Ahora que ya llevo un tiempo en “la vida real”, me pregunto si ese muchacho estará haciendo algo. Seguramente, nunca se graduó de nada y dudo que tenga un trabajo bien remunerado, pero creo que habrá disfrutado de la vida universitaria mucho más que yo. Quisiera saber qué diría Salomón si pudiera hablarme. Salomón dijo algo de los que agradan a Dios. Dijo que a esos, Dios les da sabiduría, conocimiento y felicidad. Y a los pecadores, les permite acumular riquezas para luego dárselas a aquellos que le agradan a él.
Eso significa que quien busca la sabiduría y el conocimiento obtiene todas las cosas por las que ha estado trabajando y, además, es feliz. El libro de Eclesiastés nos puede dar una nueva perspectiva acerca de las cosas que debemos buscar con más insistencia. En caso de que estés obsesionado con un nuevo auto o un trabajo muy bien remunerado, Salomón tiene algo para decirte: ¡todo es vanidad!