«El respondió: «Soy el Comandante del ejército del Señor». EntoncesJosué se postró rostro en tierra ante él y lo adoró. Luego le dijo: «Yo soy su siervo, Señor, ¿tiene algo que ordenarme?»». Josué 5: 14, PDT.
AL SALIR JOSUÉ AQUEL ATARDECER del día antes de la conquista de Jericó, se le apareció un guerrero completamente pertrechado para el combate. «Josué se le acercó y le dijo: «¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?» «No —respondió él—, sino que he venido como Príncipe del ejército de Jehová» (Jos. 5: 13-14).
Si los ojos de Josué hubieran sido abiertos,[…] y si hubiera podido soportar la visión, habría visto a los ángeles del Señor acampados alrededor de los israelitas; porque las poderosas huestes celestiales había venido a combatir en favor del pueblo de Dios, y el Capitán de las tropas del Eterno estaba a su mando.[…]
No fueron los israelitas, sino el Capitán de las huestes de Jehová el que conquistó Jericó. Pero Israel tenía que desempeñar su parte a fin de poner de manifiesto la fe que tenía en el Capitán de su salvación.
La lucha es diaria. Una gran batalla se libra en el interior de cada uno de nosotros, entre el príncipe de las tinieblas y el de la vida. Hay un gran conflicto en el que estamos todos inmersos,[…] pero no nos toca a nosotros la parte más dura del combate.
Como instrumentos de Dios, hemos de someteros a él, para que él trace el plan Y dirija el combate por nosotros con nuestra cooperación. El Príncipe de la vida va al frente en el campo de batalla. Nos acompañará en nuestro combate cotidiano contra el yo, para que podarnos ser leales a los principios, para que la pasión, cuando luche por obtener el predorninio, sea sometida por la gracia de Cristo; para que salgamos «más que vencedores por medio de Aquel que nos amó» (Rom. 8: 37)— Review a Herald, 19 de Julio de 1892.