“Jesús, aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con él, sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo” (Fil 2:6-8).
En el libro Guinness de los récords aparece un récord muy interesante: el del puente más antiguo del mundo; y que, por cierto, todavía se usa hoy para el tráfico. Ese puente se encuentra en Izmir, Turquía, lo que antes era Esmirna. (Sí, en la Biblia aparece este nombre, Esmirna, así que, imagínate lo antiguo que es este puente.) Se lo conoce como el Puente de las Caravanas, y fue construido alrededor del año 850 antes de Cristo.
¿Para qué construían puentes los antiguos, y por qué los seguimos construyendo hoy? Para unir dos lugares que están separados por un obstáculo que no se puede superar a pie, como un río o un cañón entre montañas. Si no existieran los puentes, no podríamos llegar al otro lado, o tendríamos que hacerlo en barco o en avión. ¿Te imaginas qué limitación tan grande, siendo que el otro lado está tan cerquita? Pues esa necesidad que tenemos de pasar al otro lado es la que dio comienzo a la historia de los puentes.
Existen puentes que son verdaderas obras de la arquitectura. Algunos de ellos son colgantes, realmente espectaculares. Busca en Internet estos, para que los veas: el puente colgante de San Francisco, “Golden Gate”, que es de color rojo; el “Puente del Amor” de Taiwán; el puente levadizo de Londres, “London Bridge”; o el “Pont du Gard”, puente romano de Francia construido cincuenta años antes del nacimiento de Jesús. ¿Sabes que Dios también nos tendió un puente a todos nosotros? Ese puente se llama Jesús.
Cuando había un obstáculo insalvable entre la Tierra y el Cielo, por causa del pecado, Dios supo que había que unir los dos lados. ¿Cómo unirlos? Esa era la parte difícil. Pero tenemos la suerte de que Jesús se ofreció para hacerlo. Él, siendo Dios mismo, decidió hacerse hombre. Así, con las dos naturalezas, la humana y la divina, se convirtió en un puente ideal para unirnos de nuevo con el Padre celestial. ¿Qué te parece, si hoy damos gracias a Jesús por permitirnos, a través de él, relacionarnos con el Cielo cada día?