«Tu orgullo te ha engañado. Vives en las grietas de las peñas y habitas en las alturas, y por eso has llegado a creer que nadie puede derribarte» (Abdías 1: 3).
HABÍA UNA VEZ un hombre rico, orgulloso y cruel, que tenía gente que trabajaba para él, aunque les pagaba una miseria. Todos pasaban hambre, así que esos pobres fueron a visitarlo para que, al menos, les diera algo de pan. Pero él no quiso darles ni una migaja.
El rey se enteró de la injusticia que este rico estaba cometiendo con sus empleados, y decidió invitarlo a comer. El hombre rico se sintió orgulloso al recibir la invitación; realmente se consideraba alguien importante, y ahora que el rey lo invitaba a comer, todavía se creía más. Mandó que le trajeran sus mejores caballos y su más lujoso carruaje y se fue al palacio. El rey lo llevó al comedor, donde había una lujosa mesa preparada para dos, con alimentos exquisitos y criados dispuestos a servir. Le llevaron al rey un plato de sopa y, cuando estaba a punto de terminarla, sirvieron un plato igual al rico. Pero cuando iba a tomar la primera cucharada, el rey terminó su sopa y los criados retiraron los dos platos; el rico no probó ni gota. Luego trajeron al rey el segundo plato y, cuando estaba terminándolo, le colocaron otro igual al invitado; pero antes de tomar en sus manos el tenedor y el cuchillo, el rey terminó y los sirvientes retiraron los dos platos. La historia se repitió con el tercero y con el postre. Cuando el rey terminó de comer, el hombre rico seguía sin probar bocado; ni siquiera una migaja de pan, porque los criados, a propósito, no le habían servido pan. Cuando finalizó el banquete, el rey lo despidió y lo envió a su casa con el estómago vacío. El hombre rico jamás olvidó la lección. A partir de aquel día, fue humilde y generoso.
A veces mirarnos por encima del hombro a otras personas porque nos parecen más pobres, más feas o menos inteligentes que nosotros. Pero eso está mal. Imagínate que alguien te trata mal solo porque se cree más rico, más lindo y más inteligente que tú, ¿te parecería justo? Claro que no, porque Jesús nos ama a todos igual. Para Jesús, todos somos valiosos. Trata bien a todo el mundo en el día de hoy.