«Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo. Si alguien cree ser algo, cuando en realidad no es nada, se engaña a sí mismo» (Gálatas 6: 2,3).
¿Crees que tus manos son perfectas, aunque sus dedos no son todos iguales?
¡Claro que son perfectas! Ninguna mano tiene los cinco dedos iguales, todos son distintos. Pero esto no es malo, al contrario, está hecha así a propósito. Precisamente, la diferencia de tamaño de los dedos hace que la mano sea un utensilio ideal para poder asir objetos y, también, que se pueda cerrar en forma de puño. Si no fueran así, los dedos chocarían con la palma, al intentar cerrar la mano, o no podrían tomar un vaso con tanta precisión.
¿Sabes los nombres de los cinco dedos de la mano? A ver, vamos a recordarlos juntos: meñique, anular, mayor, índice y pulgar. ¡Muy bien! Por cierto, las manos también sirven para aplaudir. ¡Date un aplauso, por haber sabido la respuesta! ¿Te has fijado en qué invento tan estupendo son las manos? Dios creó todas las cosas perfectas, prácticas y bellas. Hemos de saber apreciar la belleza de la creación.
Dios hizo nuestros dedos distintos, para que se ayudaran entre sí. A eso se le llama solidaridad.
Solidaridad quiere decir que elementos diferentes colaboran unos con otros. Esto es lo mismo que debe suceder entre las personas. Aunque todos somos diferentes porque Dios nos ha creado diferentes, podemos ser solidarios unos con otros; es decir, colaborar y ayudarnos para ser todos felices y para hacer las cosas bien. ¿Te imaginas los dedos de tu mano peleándose por quién es el más lindo, o el mejor, o cuál va a hacer qué cosa? Esto no sucede, porque sabemos que cada uno tiene su función. Lo mismo debe suceder en la iglesia.
Si miras a tu alrededor en la iglesia, te darás cuenta de que cada persona tiene una manera de ser, un talento, algo para lo cual tiene facilidad. Lo bonito de la iglesia es que cada uno pongamos nuestros talentos al servicio de todos, así como cada dedo pone lo que sabe hacer al servicio de la mano. Todos juntos, en armonía, podemos hacer grandes cosas para Jesús. Nadie es mejor que nadie. Todos somos necesarios para Jesús precisamente porque todos somos diferentes.