«Prepárate, pues, para mañana, y sube de mañana al monte de Sinaí, y preséntate ante mi sobre la cumbre del monte» (Éxodo 34:2).
Ese neozelandés flaco y espigado, junco al fibroso y leal sherpa, alcanzaban el techo del mundo ese 29 de Mayo de 1953. Así, se convirtieron en los primeros seres humanos en ascender los 8.848 metros del Everest y bajar con vida. La noticia llegó a Londres cuando celebraban la coronación de la reina Isabel II, el 2 de Junio; a su regreso a Inglaterra, el veterano Hillary, de 34 años, fue nombrado Caballero por la reina.
Alpinista y explorador, apicultor de oficio pero con gran experiencia en escalada y montañismo, en 1953 Edmund Hillary fue elegido por el coronel C. John Hunt para completar su expedición al Everest. Posteriormente, participó en diversas expediciones científicas, entre ellas la que atravesó el continente Antártico hasta el polo Sur, en compañía del doctor Fuchs, quien encabezaba la expedición de la Commonwealth Trans-Antarctic Expedition (1955-1958).
Fue presidente honorario del New York’s Explorers Club, y durante la década de 1970 regresó al Everest, esta vez para ayudar a los nepaleses a construir escuelas y hospitales, persuadiendo al gobierno neozelandés de enviar la ayuda económica y tecnológica necesaria. Así, consiguió la fundación del Parque Nacional del Everest, conservacionista de la región y su medio ambiente. Además, Hillary desempeñó el cargo de Alto Comisionado de Nueva Zelanda en la India.
Hoy reflexionaremos sobre dos frases impactantes de Hillary: «No es la montaña la que conquistamos, sino a nosotros mismos”. Esta verdad se aplica también a nuestra vida espiritual. Frecuentemente, pensamos que los desafíos y la causa de nuestros fracasos espirituales están fuera de nosotros, cuando realmente nuestro peor enemigo está en nuestro interior: el yo.
El apóstol Pablo nos recuerda que la tentación no viene de Dios ni de algo externo, sino de nuestra propia tendencia al pecado: «Cuando sean tentados, acuérdense de no decir: ‘Dios me está tentando’. Dios nunca es tentado a hacer el mal y jamás tienta a nadie.
La tentación viene de nuestros propios deseos, los cuales nos seducen y nos arrastran. De esos deseos nacen los actos pecaminosos, y el pecado, cuando se deja crecer, da a luz la muerte» (Sant. 1:13-15, NTV).
Así, Pablo moría cada día al yo, para poder vivir en Cristo. Y esta es la clave de la victoria.
Hillary afirmaba: «La vida es como el montañismo: nunca mires hacia abajo». Y para la victoria espiritual, no miremos hacia nosotros mismos, sino hacia arriba, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe. Hoy, decide morir al yo mirando a Cristo. Deja que él viva en ti, y así lograrás ascender a alturas nunca imaginadas.