Es mejor confiar en el Señor que en el hombre. Salmos 118: 8.
Yo no entendía nada. Aquellos eran los poemas que él había escrito para mí. Lindos poemas, hermosas palabras de amor que yo ya había leído antes, pero esta vez no era mi nombre el que aparecía en el primer verso; por el contrario, aquel poema igualito a uno que me había escrito a mí, iba dirigido a otra muchacha y firmado con amor por parte de él. Estaba pegado en la pared del pasillo, para que todos lo vieran.
Yo estaba hundida. Y pensar que hacía poco él me había pedido que fuera su novia. ¿Cómo pude haber estado tan ciega?
Más muchachos me han decepcionado o me han dejado a lo largo de los años. Cuando estaba en el segundo curso de la universidad, un antiguo novio me dijo que quería pasar el fin de semana conmigo y yo esperé sentada al lado del teléfono literalmente todo el fin de semana pero él nunca llamó ni llegó. Sus amigos me dijeron después que había sido «retenido» por otra antigua novia. Ese mismo año, el que era mi novio me dejó por una de mis mejores amigas.
Otro muchacho también me abandonó para irse al ejército; y otro más se reconcilió con su antigua novia y me quedé sola. Todavía hubo uno más que también rompió conmigo en nuestro primer aniversario. Incluso el niño con el que salí en octavo grado de primaria, se presentó a delegado de la clase cuando yo era la única candidata, y me ganó. Otro niño que también me gustaba en la primaria se fijó en mi mejor amiga y no en mí.
Así que cuando leo el versículo de hoy, que está en el centro exacto de la Biblia, conecto perfectamente con el mensaje: es mejor confiar en Dios que confiar en el hombre. Obviamente la Biblia no se refiere al «hombre» en el sentido de género masculino, sino que se refiere a la gente. La idea es que todo el mundo te decepcionará; cualquiera puede romperte el corazón o perder tu confianza. Incluso las mejores personas nos decepcionan a veces.
También solemos poner nuestra confianza en otras cosas: dependemos de las circunstancias para ser felices, esperamos que nuestras relaciones nos llenen y que la vida sea buena con nosotros. . . Pero lo cierto es que la única fuente verdadera de felicidad es Jesús. Aprende a poner tu confianza en el único hombre en el que puedes confiar tu felicidad: Jesús. Él es el único que nunca decepciona a nadie.