«Cuando terminaron de orar, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban con valentía la palabra de Dios». Hechos 4: 31
LA MAYOR Y MÁS URGENTE de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debería ser nuestra primera tarea. Hemos de realizar esfuerzos fervientes para obtener las bendiciones del Señor, no porque Dios no esté dispuesto a darnos sus bendiciones, sino porque no estamos preparados para recibirlas. Nuestro Padre celestial está más dispuesto a dar su Espíritu Santo a los que se lo piden que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. Sin embargo, mediante la confesión, la humillación, el arrepentimiento y la oración ferviente nos corresponde cumplir con las condiciones en virtud de las cuales ha prometido Dios concedernos su bendición. Solo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento, Mientras la gente carezca del Espíritu Santo de Dios, no podrá apreciar la predicación de la Palabra; pero cuando el poder del Espíritu toque el corazón, entonces los sermones producirán resultados. Guiados por las enseñanzas de la Palabra de Dios, con la manifestación de su Espíritu y con la debida prudencia, los que asisten a nuestras reuniones obtendrán una experiencia invaluable y, al volver a sus hogares, estarán preparados para ejercer una influencia revitalizante.
Los creyentes del pasado sabían lo que era luchar con Dios en oración y disfrutar del derramamiento de su Espíritu. Pero poco a poco han ido desapareciendo del escenario y, ¿quiénes surgen para ocupar sus lugares? ¿Cómo es la nueva generación? ¿Está convertida a Dios? ¿Estamos atentos a la obra que se realiza en el santuario celestial, o estamos esperando que algún poder irresistible se derrame sobre la iglesia antes de que nos despertemos? ¿Esperamos ver que se reavive toda la iglesia? Ese tiempo nunca llegará.
Hay personas en la iglesia que no están convertidas y que no se unirán a la oración ferviente y eficaz. Debemos hacer la obra individualmente. Debemos orar más y hablar menos. Abunda la maldad, por tanto hemos de enseñar a la gente que no se conforme con una piedad externa, sin espíritu ni poder. Si somos constantes en el escudriñamiento de nuestro corazón, si nos liberamos de nuestros pecados y dejamos de lado nuestras malas tendencias, nuestras almas no se inclinarán hacia la vanidad, desconfiaremos de nosotros mismos al comprender que dependemos plenamente de Dios. [.. , ] El gran engañador ha preparado sus artimañas para cada alma que no está fortalecida para la prueba y preservada por constante oración y una fe viva.— Mensajes selectos, t. l, pp. 141-144.