«De la misma manera tomó también la copa después de haber cenado, diciendo: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto cuantas veces la bebáis en memoria de mí»». 1 Corintios 11: 25, BA
CRISTO SE HALLABA EN EL PUNTO de transición entre dos sistemas y sus dos grandes celebraciones. Mientras comía la Pascua con sus discípulos, instituyó en su lugar el rito que había de conmemorar su gran sacrificio. La fiesta nacional de los judíos iba a desaparecer para siempre. El servicio que Cristo establecía había de ser observado por sus discípulos en todos los lugares donde estuvieran y a lo largo de todos los siglos. Este rito ha de celebrarse hasta que él regrese por segunda vez en poder y gloria.— El Deseado de todas las gentes, cap. 72, pp. 624, 625
Pero el servicio de la comunión no había de ser una ocasión de tristeza. Este no era el propósito. No se han de recordar las desavenencias existentes entre los hermanos. El rito preparatorio ha abarcado todo eso. Ahora todos han venido para encontrarse con Cristo. No han de permanecer en la sombra de la cruz, sino en su luz salvadora. Necesitan abrir su alma a los brillantes rayos del Sol de Justicia. Con corazones purificados por la sangre de Cristo, en plena conciencia de su presencia’ aunque invisible, han de oír sus palabras: «La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da» (Juan 14: 27, RVC).
El rito de la comunión señala a la segunda venida de Cristo. Estaba destinado a mantener esta esperanza viva en el pensamiento de los discípulos. En sus tribulaciones, hallaban consuelo en la esperanza del regreso de su Señor. Les era indeciblemente agradable idea de que «cada vez que ustedes comen de ese pan, o beben de esa copa, anuncian la muerte del Señor Jesús hasta el día en que él vuelva» (l Cor• 11: 26, TLA).— El Deseado de todas las gentes, cap. 72, pp. 628-629