«Donde esté la riqueza de ustedes, allí estará también su corazón» (Luc. 12: 34).
DICEN que las comparaciones son odiosas, pero algunas nos ayudan a tomar decisiones espirituales. Al valorar las diferentes respuestas dadas por diversas personas a una misma invitación de parte de Dios, nos sentimos motivadas a actuar de la forma que, según el texto bíblico, le agrada a él.
En una ocasión, un dirigente judío (ver Luc. 18: 18) se acercó a Jesús para preguntarle qué hacer para heredar la vida eterna. Jesús le extendió una invitación clara y directa: «Vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme» (Mat. 19: 21, NVI). «Cuando el joven oyó esto, se fue triste porque tenía muchas riquezas» (Mat. 12: 22, NVI). Qué interesante: el propio Jesús, el Maestro, el Mesías, nada más y nada menos se detiene a dialogar con este joven y, aun así, él no reacciona. Cree que guarda todos los mandamientos, pero hay uno con el que tiene problemas: << El amor al dinero es raíz de toda clase de males» (1 Tim. 6: 10). Ya ves, el dinero puede ser un dios que te impida ser cristiana.
En contraste con este joven rico del Nuevo Testamento que tiene el privilegio de hablar con Jesús, en el Antiguo Testamento encontrarnos a otro joven rico, Eliseo, que toma la decisión contraria: lo deja todo para servir a Dios, Eliseo tenía una buena posición económica, pues estaba arando sus propias tierras con doce yuntas de bueyes (ver 1 Rey. 19: 19-20) e invitó a comer «a todo el pueblo» (vers. 21, NVI); ambos datos indican que no le iba mal. Pero a pesar de llevar una vida acomodada, respondió al llamamiento sin que tan siquiera mediara palabra entre él y la persona que le extendió la invitación: «Elías pasó junto a Eliseo y arrojó su manto sobre él. Entonces Eliseo dejó sus bueyes y corrió tras Elías» (1 Rey. 19: 19-20, NVI). Así, sin más, sin debate ni discusión teológica, Eliseo respondió libremente al llamamiento.
Tú y yo también hemos recibido una invitación directa a hacer de Dios nuestro mayor tesoro, pues donde tenemos nuestro tesoro, tenemos también nuestro corazón. Por eso, Jesús nos dice: «Piénsenlo bien. Si quieren ser mis discípulos, tendrán que abandonar todo lo que tienen» (Luc. 14:33, TLA) ¿Qué harás? ¿Dejarás que Jesús arroje sobre ti su mando, es decir, harás de él tu Maestro y lo seguirás libremente, desapegándote de las cosas materiales?
“El que confia en sus riquezas se marchíta.” – Salomón