«Amados hermanos, les damos el siguiente mandato en el nombre de nuestro Señor Jesucristo: aléjense de todos los creyentes que llevan vidas ociosas» (2 Tes. 3: 6, NVT).
MUCHA GENTE ve el trabajo como un mal necesario, pero en realidad sueñan con vivir una vida ociosa, libres de horarios y oficinas, sin la presión de la productividad. .. Si no fuera por la necesidad económica que los apremia, se levantarían a cualquier hora, y no harían nada más que lo que les gusta. Poco se han parado a reflexionar en cuán dañinas serían las consecuencias de ceder a esta moderna y antibíblica manera de pensar. Si algún día lográramos vivir así, ¿qué satisfacción encontraríamos en la vida?
El ocio no es una bendición, sino una gran maldición. «Dios ha bendecido a los seres humanos con nervios, órganos y músculos; y no deben permitir que se deterioren a causa de la inacción, sino que necesitan fortalecerlos y mantenerlos saludables mediante el ejercicio. No tener nada que hacer es una gran desgracia, porque el ocio siempre ha sido y siempre será una maldición para la familia humana» (Conducción del niño, cap. 21, p. 129).
Trabajar da vida; no hacer nada resta vida. Estar activas nos da energía; estar inactivas nos la roba. El trabajo nos orienta hacia objetivos; el ocio dispersa nuestra mente y la predispone hacia el mal. Trabajar nos ayuda a conocer nuestra identidad y a encontrar un propósito en la vida; no hacer nada no ayuda a nada de nada. Si a algo hemos de temer no es al trabajo, la productividad ni la actividad continua, sino al ocio y a la indolencia.
La actividad es fuente de vida y de riqueza mental, sin embargo, «las manos ociosas conducen a la pobreza» (Prov. 10: 4, NVI), no solo económica, sino también mental y espiritual. «El trabajo juicioso es tónico para la familia humana. Hace fuertes a los débiles, ricos a los pobres, felices a los desgraciados. Satanás […] nunca tiene más éxito que cuando se acerca a los hombres en sus horas de ocio» (Consejos para los maestros, cap. 37, p. 265).
Teniendo esto en cuenta, procuremos hacer de la oficina, la computadora o la cocina nuestro propio altar, en el que mostremos a Dios la importancia que concedemos a los valores que nos ha transmitido a través de su Palabra. Centrémonos en lo positivo que aporta a la vida el trabajo constante y la actividad (incluidas toda actividad misionera y de ayuda humanitaria), teniendo en cuenta la gloria de Dios. Y de cuando en cuando, alguna actividad lúdica, no reñida con la espiritualidad, tampoco viene mal.
Más que nada, teme no hacer nada.
“Más que nada, temo no hacer nada.” – Charles Colson