«Entonces el Señor lo llamó: “¡Samuel!”. «¡Aquí estoy!” contestó él». 1 Samuel 3:4
Ayer hablamos sobre la importancia de los nombres. Cuando Dios hizo el mundo le puso nombre a todo lo que creó. A Dios le gusta llamar a las personas por su nombre, un ejemplo de ello fue cuando llamó al pequeño Samuel.
Samuel era hijo de una mujer llamada Ana. Ella le había prometido a Dios que si le permitía tener un bebe ella lo dedicaría al Señor. Y así lo hizo.
Una noche, mientras Samuel dormía Dios lo llamó: «¡Samuel! ¡Samuel!». Al principio creyó que era el sacerdote Elí quien lo llamaba, así que cada vez que escuchaba la voz, corría hacia donde él estaba y le decía: «Aquí estoy, ¿para qué me llamó usted?».
El sacerdote le dijo lo que tenía que decir cuando escuchara la
voz nuevamente, pues se dio cuenta de que era Dios quien lo estaba llamando. Dios volvió a llamar a Samuel y el pequeño respondió: «¡Aquí estoy, Señor!».
Al igual que Samuel, Dios te llama por tu nombre, porque con tus pequeñas habilidades puedes trabajar para él. ¿Estás dispuesto a decir: «Aquí estoy, Señor»?
Oremos: Querido Padre, estoy listo a responder a tu llamado. Aquí estoy.