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En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. 1 Juan 4:18
Genoveva vivía frente a mi casa, ambas teníamos doce años y éramos buenas amigas. Muchas veces ella no podía jugar porque tenía que cuidar a su mamá que estaba muy enferma. Un día me dijo: “Tengo miedo de que la muerte este rondando mi casa, porque mi mamá no mejora”. Enseguida visualicé la muerte como la pintan: un esqueleto con una hoz en la mano, paseándose alrededor de la casa de Genoveva. El miedo me alejó de esa casa.
Pocos días después, Genoveva vino corriendo a llamarme para que fuera a su casa porque su mamá se estaba muriendo y estaba sola. Me acerqué, atemorizada, a la cama de doña Teresa. Genoveva se arrodilló a rezar a la imagen de una virgen. La interrumpí y le dije que saliera al patio a orar al Dios del cielo, y lo hizo. Yo me quedé al lado de su mamá diciéndole que Dios estaba con ella. De pronto, doña Teresa se sentó y me dijo: “Abrázame, hijita querida”, y con fuerza, me atrajo hacia su pecho y entre mis brazos exhaló el último suspiro. No sé si me confundió con Genoveva o necesitaba un abrazo en esos últimos momentos. El terror se apoderó de mí y no sabía si gritar, correr o esperar a Genoveva. Minutos después llegó su padre, que le tomó el pulso a su esposa y confirmó que estaba muerta. No recuerdo que me preguntó, pero el miedo no me dejó hablar. Corrí hacia mi casa y le dije a mi mamá: “¡Me acaba de abrazar la muerte, tengo mucho miedo!”.
Durante varios años este incidente me mortificó, tenía temor a la oscuridad y a estar sola. Evadía los cementerios y las funerarias, hasta el olor de las flores lo relacionaba con la muerte. Por fin, “el amor echó fuera el temor”. Jesús, mediante los consejos de mi madre, impresionó mi vida y el temor huyó de mí. Creí estas palabras de la Biblia que con tanto amor siempre me recordaba: “Los muertos nada saben… y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol” (Ecl. 9:5, 6). “Jehová es mi luz y mi salvación: ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida: ¿de quién he de atermorizarme?” (Sal. 27:1)
Ruth A. Collins
Tomado de: Lecturas devocionales para Damas 2015
“Jardines del alma”
Por: Diane de Aguirre