Matinal Para Damas 2015 Para el: 29 octubre
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Mis huidas tú has contado; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro? Salmo 56:8
Mientras escribo esta reflexión, algo muy personal está lastimando mi corazón. Pero mientras derrame mis lágrimas ante mi Padre celestial, el texto de hoy me recuerda que mi llanto no irá al vacío; y que cualquiera sea su origen, irá al mismo destino: las manos de Dios.
El capítulo ll del Evangelio de Juan nos cuenta la ocasión en la que Jesús llegó a la casa de las hermanas de Lázaro. Era un momento de inmensa tristeza para ellas. Solo los que han pasado por la pérdida de un ser querido pueden comprender la tragedia que atravesaba esta familia.
Hacía ya cuatro días que pasaban por este dolor: Lázaro era su hermano, el hombre de la casa, la fuente de ingresos, el respaldo ante la sociedad judía en la que las mujeres nada valían. Necesitaban la presencia de un hombre a su lado para ser valoradas y respetadas. Contaban con Jesús, pero él no llegaba.
Ahora lloran su pérdida: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”, le reclaman. Jesús lloró; se estremeció en espíritu y se conmovió al ver a María, Marta y al pueblo llorando.
Jesús no llora por la muerte de Lázaro, pues va a resucitarlo. Jesús llora porque siente el dolor humano. Llora cuando, llevado por nuestra voluntad no santificada, tomamos decisiones equivocadas que nos llevan al fracaso. Jesús llora cuando, a pesar de sus insistentes llamados de amor, rehusamos escuchar su voz…
En esa ocasión Jesús pronunció las palabras más sublimes que Marta escucharía jamás: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque este muerto, vivirá” (Juan 11:25). Estas mismas palabras son pronunciadas por el Salvador del mundo cuando, envueltos en nuestros pesares, sentimos que no hay más esperanza, cuando las lágrimas de nuestro mundo gris nos impiden ver el hermoso panorama que se vislumbra más allá del dolor.
Amiga: no llores más; enjuga tus lágrimas; entrega todo al Señor. Reclínate en su regazo y déjate consolar por su amor divino. Nadie en esta tierra sabrá hacerlo tan bien como él.
Kenny Judith San Juan Murillo
Tomado de: Lecturas devocionales para Damas 2015
“Jardines del alma”
Por: Diane de Aguirre
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