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Jesús escupió en el suelo, hizo con la saliva un poco de lodo y se lo untó al ciego en los ojos. Luego le dijo: ‘Ve a lavarte al estanque de Siloé (que significa: Enviado)’. El ciego fue y se lavó, y cuando regresó ya podía ver» (Juan 9:6, 7).
Experimenta: ¿Has pensado qué incómodo sería vivir con la boca seca?
La saliva es uno de los fluidos de nuestro cuerpo más importantes.
Se produce durante las 24 horas del día en las glándulas salivales ubicadas dentro de tus mejillas, al fondo de tu boca; producen entre uno y dos litros de saliva diarios, aunque menos en la noche.
Sin esa cantidad de saliva, una rebanada de pan sería tan seca que lastimaría tu garganta. Necesitas saliva para masticar; además, humedece tu lengua para que puedas disfrutar los sabores que comes.
Por eso, cuando sientas sed, bebe agua inmediatamente. La saliva no tiene olor; huele mal cuando falta agua.
La saliva se compone mayormente de agua. También contiene calcio y sustancias para proteger de infecciones los dientes y la boca; enzimas, que ayudan en la digestión; un poco de mucina, moco que ayuda a que la comida no te lastime en su viaje al estómago; además de 500 tipos de bacterias, hongos, etcétera. Hasta puede servir para 285 mantener limpia una pequeña herida. Cada sustancia o fluido que Dios creó en nosotros es perfecto.
Jesús usó su saliva para sanar a un ciego. Hizo lodo y lo untó al ciego sobre los ojos; luego lo envió a lavarse en el estanque de Siloé.
Cuando el hombre se lavó aquel lodo, hecho con la saliva de Cristo, se dio cuenta de que había ocurrido un milagro: podía ver. El secreto del poder de Jesús no radicó en su saliva, sino en que es el Hijo de Dios y puede sanar lo que sea.
¿Padeces alguna enfermedad o conoces a alguien que sí? Recuerda la historia del ciego. Si Jesús pudo ayudarlo a ver, ¡qué no podrá hacer por nosotros!
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2015
“Ciencia Divertida”
Por: Yaqueline Tello Ayala