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Experimenta: Respira profundamente ahora mismo. Sostén el aire dentro de tus pulmones durante cinco segundos. Luego cierra los ojos y deja salir el aire lentamente, mientras alabas a Dios. Hazlo de todo corazón. Dios te ha permitido respirar por alguna buena razón.
Laura escuchaba atentamente el sermón. Estaba tan concentrada que su respiración era profunda. Ella misma se extrañó de escuchar cómo entraba el aire por su nariz. Nunca había puesto tanta atención a un sermón o a su respiración.
De repente se distrajo. Miró hacia fuera y sintió que algo revoloteó frente a su rostro; agitó la mano con fuerza y lo que hizo fue acercar hacia ella el mosquito que rondaba su boca. Sin saber cómo, simplemente sintió cómo el insecto entraba a su nariz. ¡Fue tan rápido! Frotó su nariz con fuerza y alcanzó a capturar al insecto mal intencionado, dejándole esa horrible sensación de que algo había revoloteado en el interior de su nariz.
Todos los días respiramos por nuestra nariz, además del aire, cientos de partículas de muchas cosas desagradables que se mezclan con el aire que necesitamos para vivir; entre ellas, polvo, restos de suciedad y hasta de insectos.
De hecho, todos los seres vivos respiramos, pero no todos tenemos nariz. Los mosquitos y demás insectos, por ejemplo respiran mediante su abdomen, en el que tienen unas aberturas llamadas estigmas, que permiten la entrada del aire hasta unos conductos llamados tráqueas.
La Biblia dice que, sin importar si eres persona o insecto, si respiras debes alabar a Dios. Una de las señales más reales de que Dios te permite vivir es la respiración. Si vives, si respiras, nada hay más importante que debas hacer, salvo alabar a Dios con todas tus fuerzas para agradecer por tu vida y reconocer que sin él sería imposible respirar.
“¡Que todo lo que respira alabe al Señor! ¡Aleluya!» (Salmo 150:6).
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2015
“Ciencia Divertida”
Por: Yaqueline Tello Ayala
