Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo. Proverbios 27: 17.
Me uní al ministerio del colportaje cuando tenía 51 años, y trabajé durante 37 años. Aunque ahora estoy jubilado, sigo amando este trabajo. Me gustaría haber comenzado mucho antes y haber trabajado mucho más tiempo. Lo que me llevó a unirme al colportaje fue la lectura de algunos artículos de revistas que tocaron mi corazón e hicieron que consagre mi vida al ministerio del colportaje.
Una de las historias que leí narraba acerca de un colportor que llevó a Brasil libros de los Estados Unidos. Llegó al río Amazonas y trató de cruzar la frontera en cierto puente, pero los guardias lo detuvieron. Un guardia, católico, examinó su bolso y encontró un ejemplar de El conflicto de los siglos. Al verlo se enfureció y despedazó el libro, arrojando las páginas al río, diciendo: «¡Ustedes son las personas que están esparciendo libros que hablan contra el papa! Milagrosamente, Dios protegió esas hojas y las hizo flotar hasta que llegaron al otro lado del río, donde algunos nadadores las encontraron y las pusieron en orden para poder leerlas. Les encantaron los mensajes y más tarde se convirtieron en Adventistas del Séptimo Día.
También leí acerca de un colportor de Tanzania. Mientras trabajaba vendiendo libros conoció a un sacerdote que les enseñaba a algunos jóvenes. Ese día, el sacerdote habló negativamente de Martin Lutero. Cuando el sacerdote terminó de enseñar, preguntó si había alguna duda. El colportor levantó la mano y dijo que tenía un libro que podía ayudarlo a entender mejor a Lutero. El sacerdote pidió ver el libro. Cuando lo tomó en sus manos, hojeó El conflicto de los siglos, hasta que se enfureció y dijo: «Este es un libro sucio. ¿No es éste el que dice que el papa es una bestia?” Entonces, el sacerdote levantó la mano para golpear al colportor en el rostro, pero su mano se congeló en el aire. No pudo cerrarla, ni enderezarla, ni moverla. En ese momento, el colportor aprovechó la oportunidad para instruir a los jóvenes en el Señor. Al terminar la «clase» oraron por el sacerdote, y su mano fue sanada. Entonces, decidió comprar el libro.
Cuando leí estas historias, sentí la increíble responsabilidad que tenemos de compartir la Palabra de Dios con otros. Nunca me arrepentí de unirme a este ministerio. Hoy soy un anciano, pero quiero animar a los jóvenes a comprometerse con esta labor, ¡porque es el trabajo de Dios!
Denys Nturanyenimana. República Democrática del Congo
Tomado de: Matinal para Colportores 2015
«Encuentros con la gracia de Dios»
Compilado por Howard Faigao