Matinal Para Colportores Para el: 21 octubre
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No temas Sion, no se debiliten tus manos. Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará. Sofonías 3:16, 17.
Un día le mandé un mensaje de texto a mi cliente preguntándole a qué hora le convenía que pasara a recoger el pago prometido. «Venga el lunes», fue su respuesta. El lunes, muy temprano, conduje mi motocicleta hacia la escuela en la que mi cliente enseñaba. En el camino oré pidiendo la protección de Dios porque estaría viajando a una provincia conocida por estar llena de rebeldes. Era común escuchar noticias de los enfrentamientos con la milicia. De hecho, la ruta estaba llena de controles donde me paraban e interrogaban sobre mi identidad. Aunque yo no lo sabía, los rebeldes me habían estado investigando porque pensaban que era miembro de la inteligencia militar.
Cuando llegué a la escuela recibí el pago y unos minutos más tarde estaba nuevamente en la ruta. Esta vez tres hombres armados me pararon en uno de los controles, y me hicieron bajar rápidamente de mi motocicleta.
-¿Tiene un arma? —me gritó uno.
—No, no, no, no —respondí mientras sacudía la cabeza vigorosamente.
En mi mente imploré al Señor; «¡Dios ayúdame!» Sabía que me podían tirar al río, y que me encontrarían flotando sin vida y mutilado.
Ellos demandaron que me desvistiera para asegurarse de que no estaba escondiendo nada, Tomaron mi mochila, mi teléfono celular, y mi billetera con el dinero que acababa de recibir,
—¿Conoce a alguien aquí? —preguntó otro.
Les di los nombres de dos de sus comandantes que había conocido. Ellos se relajaron un poquito. Me atrevía agregar:
—Escuché que su grupo es digno y que los miembros son hombres honorables que no matan sin una buena razón.
Ellos asintieron con orgullo. Finalmente, me dejaron ir. Ahora ya con atrevimiento, les dije:
—Por favor, señores, pueden quedarse con el teléfono y mis pertenencias si así lo desean, pero les ruego que me devuelvan la billetera con el dinero, porque no es dinero mío, y…
Al escuchar eso, me la arrojaron con la orden de no volver nunca más. Más tarde me enteré de que uno de ellos era el más buscado del grupo: el enemigo público número uno. Muchos me dijeron que era simplemente un milagro que hubiera conservado la vida y me dejaran ir. Nunca dejen de orar para que Dios proteja a los colportores. ¡El Señor es poderoso!
Fred Valdez. Filipinas
Tomado de: Matinal para Colportores 2015
«Encuentros con la gracia de Dios»
Compilado por Howard Faigao
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