Matinal Para Adultos 2015 Para el: 24 octubre
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“Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros, porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestara que no todos son de nosotros” (1 Juan 2:19).
“Así parten unos de otros como la uña de la carne”. Con esta figura llena de realismo, el autor del poema medieval Cantar del Mío Cid expresa el dolor de la separación del Cid Campeador, de su esposa y de sus dos hijas, cumpliendo el destierro impuesto por el rey de Castilla. Sentimientos semejantes hemos tenido cuando alguien en la iglesia decide abandonar la feligresía y romper el vínculo que le une a sus hermanos. En 1985, fue muy dramático observar la disidencia de un grupo de hermanos de Zaragoza (España) con los que había compartido hermosas experiencias en mi juventud. En abril de 1986, celebramos un Congreso regional en Zaragoza y el sábado, antes de iniciar la predicación, sabiendo que mis palabras les serían transmitidas por sus familiares, dije con sincero dolor: “Si no pudimos, si no supimos, si nos faltó amor; si no fuimos justos con vosotros, os pedimos perdón, volved a casa. Como la uña cuando se separa de la carne”.
Las discrepancias, disidencias y desacuerdos doctrinales fueron frecuentes en la iglesia apostólica y el apóstol Pablo tuvo que instruir a las congregaciones: “Dios no es Dios de confusión, sino de paz” (1 Cor. 14:33). Por eso, no hemos de tratar a los disidentes como a enemigos, sino como a hermanos (2 Tes. 3:15); además, es prudente atribuirles la “presunción de sinceridad”, respetar su manera de pensar aunque no la compartamos, por causa de “la conciencia del otro, no a la tuya” (1 Cor. 10:29). También vale la pena aplicarles la regla de oro, tratarles como nos gustaría ser tratados, seguir el consejo del apóstol cuando dice: “Restauradlo con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo” (Gál. 6:1). Finalmente, debemos dejar que Dios diga la última palabra: “¿Por qué menosprecias a tu hermano?, porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo” (Rom. 14:10).
Todo en la iglesia debe contribuir “a la paz y a la mutua edificación” (Rom. 14:19) y, en todas las cosas, tanto en la defensa de la verdad, como en la corrección de errores, debemos hacerlo “para gloria de Dios” (1 Cor. 10:31) y no como exaltación propia, sabiendo que finalmente, la providencia divina permitirá que lo que viene de Dios prevalezca y lo que no viene de él se disipe, “para que se manifestara que no todos son de nosotros”.
Que el Señor nos ayude a convivir de la mejor manera.
Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2015
«Pero hay un Dios en los Cielos»
Por: Carlos Puyol Buil
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