Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. Juan 12:3
María de Betania había sufrido mucho. Cuando las hormonas la hicieron deseable, su tío Simón, un clérigo estricto y lascivo, la ultrajó. María perdió la estima propia. Y se castigó hundiéndose más.
Con su cuerpo en manos de muchos y su nombre en boca de todos, María perdió la vergüenza y la esperanza. Su vida era un error. Pero un día llegó Jesús. Ella tembló. En presencia de hombre tan puro se sintió desnuda, y no del cuerpo. Y temió lo peor. Él era un rabino. Debía odiar al pecador tanto como al pecado. Ella bajó el rostro. Él la miró como un padre compadecido a su hija descarriada. Entonces ocurrió el milagro. Los demonios huyeron. Y en ese corazón atormentado se hizo la paz.
Desde entonces, cada vez que Jesús llegaba a su casa, ella lo acaparaba. Y Jesús, como el padre que vuelve a casa y abre los brazos ante su niña que corre a su encuentro, le abría su corazón a su nueva hija.
Un día, cuando se avecinaba la hora del martirio, Jesús fue honrado por el seductor de María, que había contraído la lepra y Jesús lo había sanado. Ahora le ofrecía un festín. Y allí apareció María, no llevando la carne y el vino, no, ella llevaba solo un frasco de ungüento. Y mientras Jesús comía, vació sobre él todo el perfume. Todos la criticaron, y Jesús la defendió (ver Juan 12:8).
María no había dicho palabra, pero el perfume gritaba lo que había hecho. La rotura del frasco y el derramamiento del perfume simbolizaban el sacrificio de Jesús. Su exaltación en la cruz sería un acto público. Era necesario que todos lo supieran. Tal como el ungimiento de María suscitó comentarios, el sacrificio de Jesús sería comentado en un ámbito mayor: el universo. La fragancia liberada representaba el deleite de su amor redentor. Y el efluvio de sus bendiciones.
El perfume de María era caro. Trescientos días de trabajo de un obrero. María no era rica. Tardó mucho en juntar ese dinero a fin de comprarle un regalo a su Salvador. Y envolvió su presente entre los pliegues de su corazón.
Esmirna Bush
Tomado de: Lecturas devocionales para Damas 2015
“Jardines del alma”
Por: Diane de Aguirre