viernes , 25 abril 2025
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Matinal Para Adultos 2015

Como barro en las manos del alfarero

“Pueblo de Israel, ¿acaso no puedo hacer con vosotros lo mismo que hace este alfarero con el barro? – afirma el Señor-. Vosotros, pueblo de Israel, sois en mis manos como el barro en las manos del alfarero”. (Jeremías 18: 6, NVI)

De todas las parábolas con las que Jeremías acompañó sus mensajes, la del alfarero y el vaso es la que aporta más realismo. En un tiempo de apostasías, de cambios drásticos, de peligros para el pueblo de Dios, el profeta recibe la orden de ilustrar el mensaje del cielo dirigido a los judíos yendo a casa del alfarero. Allí vio cómo trabajaba el barro en el torno, haciendo un vaso que no le salió bien; el vaso se rompió en sus manos y tuvo que volver a empezar y hacer otro. ¿Qué lecciones recibimos de esta parábola del alfarero y el vaso?

Solo somos barro maleable, húmedo, blando, susceptible de recibir del Alfarero divino formas diversas. Estamos dando vueltas en el torno de la vida, viviendo circunstancias, experiencias, unas veces buenas y otras malas, que nos forman o deforman. Estamos en sus manos, sus dedos están trabajando en nosotros. Dios está usando esos giros de la vida para moldear nuestro carácter nada en nuestra vida es fortuito, cada vuelta del barro se convierte en una providencia divina. Dios tiene un plan para nosotros. El Alfarero divino no nos hace a todos iguales, no nos fabrica en serie. Las huellas de sus dedos en el carácter nos hacen irrepetibles, pero todos útiles. El Alfarero divino no siempre tiene éxito con nosotros, porque no anula nuestra libertad, porque el barro humano no es una masa inerte, en realidad, todos participamos en ese proceso con nuestro sometimiento o con nuestra rebeldía y, a veces, nuestra vasija se le rompe en las manos. Dios no arroja disgustado el barro. Junto al torno tiene agua, con la cual humedece de nuevo la masa y comienza una nueva vasija. Así actúa la paciencia divina con nosotros.

Nadie es perfecto ni ha llegado al ideal que Dios tiene para cada uno de sus hijos. Seguramente que nos hemos equivocado más de una vez. ¿Cuántas veces se ha roto nuestro vaso en las manos del Alfarero divino? ¿Cuántas veces ha comenzado de nuevo con nosotros? No agotemos la paciencia divina. Digámosle como Saulo de Tarso: “¿Qué haré, Señor?”.

Porque hay un Dios en los cielos… él puede ayudarte a superar tus defectos de carácter y malas actitudes personales. Confía en él y déjalo actuar en ti.

Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2015
«Pero hay un Dios en los Cielos»
Por: Carlos Puyol Buil

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