Matinal Para Adultos 2015 Para el: 11 julio
“Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su ungido, si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno o si de alguien he aceptado soborno para cerrar los ojos; y os lo restituiré” (1 Samuel 12:3).
La necesidad de demostrar transparencia y honradez en la gestión pública o en la iglesia no fue una inquietud exclusiva de Samuel, también la expusieron el apóstol Pablo: “Admitidnos: a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado” (2 Cor. 7:2), y el propio Jesús: “Quién de vosotros puede acusarme de pecado?” (Juan 8:46). Ambos fueron vilmente calumniados por sus adversarios, aunque la realidad era que los verdaderamente corruptos, fraudulentos y deshonestos eran quienes los acusaban: “Porque estos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo” (2 Cor. 11:13). En el episodio de la mujer adúltera, Jesús desveló la hipocresía y el descaro de los denunciantes: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7). Todos se fueron.
Pero el Maestro, con estas palabras, había establecido un importante principio moral: el examen de conciencia.
Es doloroso constatar la proliferación de casos de corrupción en casi todos los ámbitos de la sociedad. Lamentablemente, también la acusación y denuncia se han convertido en un medio desestabilizador que genera alarma social y que, a veces, por falta de pruebas fehacientes, cuando llega a los tribunales no pasa a más. Por una u otra razón, la sensación de impunidad de los defraudadores de “guante blanco” se está generalizando, con el consiguiente desencanto y desconfianza con respecto a los que dirigen.
Se crean comisiones supervisoras, se nombran censores, se promulgan leyes anticorrupción, se habla mucho; pero la solución, según la Escritura, es otra: la introspección o examen de conciencia personal (¿Quién está sin pecado?).
El rearme moral de la sociedad a través de todos los medios educativos que conforman el ideal del carácter: la familia, la escuela, la literatura, los medios de comunicación; terminar con el relativismo moral que establece que cada época tiene la suya y que no hay moral absoluta; fijar como objetivo de la vida y de la actividad profesional el servicio a los demás, es decir, la “regla de oro” y no el afán egoísta de enriquecimiento. Finalmente, recuperar en todos los ámbitos el referente o modelo de Jesucristo: “Ni yo te condeno, vete y no peques más”, debiera ser nuestro ruego porque hay un Dios en los cielos…
Decide hoy proclamar el amor y el perdón de Dios.
Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2015
“Pero hay un Dios en los Cielos”
Por: Carlos Puyol Buil
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