¡Te amo con todo mi… cerebro!
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Experimenta: ¿Crees que te has enamorado alguna vez?
¿Sonríes cuando piensas en el enamoramiento? Este sentimiento es de los más increíbles que un ser humano puede experimentar. Tal vez no te has enamorado propiamente, pero cuando lo experimentes me darás la razón.
¿Sabías que aunque decimos amar con el corazón, en realidad el amor se origina en el cerebro? Ha sido más o menos fácil encontrar con exactitud el lugar del cerebro donde nacen el enojo y el hambre, pero es complicado definir en cuál área específica surge el amor hacia otra persona, ya que doce zonas cerebrales diferentes se activan al enamorarnos; las cuales, a su vez, provocan que el corazón lata más rápido y sintamos «mariposas» en el estómago. Además, nuestro cerebro libera dopamina, oxitocina y adrenalina cuando sentimos que amamos a alguien; por eso estamos tan felices que pareciera que voláramos.
¿Recuerdas que Dios nos creó a su imagen? Eso quiere decir que él también tiene áreas de su cerebro dedicadas a amarnos. Cuando pienso en la capacidad de Dios para amarnos a pesar de lo que somos y hacemos, ¡no puedo imaginar de qué tamaño será el cerebro de Dios!
Nosotros amamos condicionalmente: si nos hacen caso, si nos corresponden, si… Pero Dios nos ama sin condiciones, con todo su cerebro y sin límites. Cuando necesitas ayuda, perdón, protección, todo te lo concede por amor. Si necesitas reprensión, también te la da porque te ama, aunque pienses que no lo mereces.
Los científicos pueden pasar siglos discutiendo en qué parte del cerebro comienza el amor, pero tú y yo sabemos que tiene su origen en el cerebro de Dios, ya que nosotros somos capaces de amar porque él nos amó primero.
«No hay otro Dios como tú, porque tú perdonas la maldad y olvidas las rebeliones de este pequeño resto de tu pueblo. Tú nos muestras tu amor y no mantienes tu enojo para siempre» (Miqueas 7:18)
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2014
“En la cima”
Por: Kay D. Rizzo
