«Entonces el profeta Isaías vino al rey Ezequías y le dijo: «¿Qué dicen estos hombres y de dónde han venido a ti?». Ezequías respondió: «De tierra muy lejana han venido a mí, de Babilonia». Dijo entonces: «¿Qué han visto en tu casa?». Y dijo Ezequías: «Todo lo que hay en mi casa han visto: ninguna cosa hay en mis tesoros que no les haya mostrado»». (Isaías 39: 3-4)
Ezequías no solamente fue un rey que ejecutó en Judá «lo bueno, recto y verdadero delante de Jehová su Dios […], que buscó a su Dios de todo corazón y fue prosperado» (2 Crónicas 31: 20-21), también fue un soberano altamente privilegiado por la gracia divina. En el sexto año de su reinado, fue testigo de la toma de Samaria por los asirios, concluyendo así la apostasía del reino del norte. Ocho años más tarde, Senaquerib sitió Jerusalén, pero el Señor la liberó milagrosamente.
Ezequías purificó el templo de Jerusalén y restauró el culto verdadero, restableció el servicio de los sacerdotes y levitas; además, celebró la Pascua con todo su pueblo. Durante su administración, hizo trabajos públicos que dotaron a Jerusalén de agua potable, con gran regocijo de sus habitantes. Tuvo el privilegio de contar con el ministerio profético de Isaías. Por si fuera poco, cuando padeció una enfermedad mortal, clamó a Dios fervorosamente y fue sanado, otorgándole quince años más de vida.
La noticia de su curación fue conocida por otros pueblos; el rey de Babilonia envió una comitiva a Jerusalén para felicitarlo y llevarle cartas y presentes. Fue después de esa visita que Isaías preguntó al rey. «¿Qué han visto en tu casa?». En los milagros de la gracia de Dios hay un elemento exterior (material) y un elemento interior (espiritual). El elemento exterior está representado por las bendiciones materiales recibidas, las realizaciones conseguidas, los cambios producidos por la gracia divina. El elemento interior es la gracia misma, su naturaleza, su origen divino, su poder transformador.
Todos tenemos mucho que contar acerca de la gracia de Dios en nuestras vidas, pero a menudo nos conformamos con mostrar nuestros logros y no el poder, las proezas y no la grandeza del amor divino. Nuestra fe vale más que nuestros métodos y recursos, nuestras experiencias con Dios valen más que nuestra ciencia o doctrina, nuestra comunión con el Todopoderoso más que nuestras hazañas. Ezequías se equivocó mostrando únicamente sus tesoros a los babilonios, y años después, las tropas de Nabucodonosor expoliaron a Jerusalén de dichos tesoros.
¿Qué vas a mostrar a tus semejantes en este día? ¿Qué verán ellos en ti? No olvides que lo mejor que tienes es tu fe. Compártela.
Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2015 “Pero hay un Dios en los cielos” Por: Carlos Puyol Buil