Y le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo.‘ “Porque se han llevado a mi Señor, y no Sé dónde le han puesto”. Juan 20:13
El templo estaba vacío. De pronto la mujer se dejó caer sobre sus rodillas y comenzó a llorar. No paraba de sollozar, como si estuviera liberando un dolor incubado durante varios años. Su llanto llamó la atención del sumo sacerdote, que se detuvo a observar a tan extraña mujer. Por un momento pensó que estaba ebria y la reprendió por ello. Pero no; no estaba ebria. Se trataba de Ana, la esposa de Elcana, quien ese día había derramado su alma delante de Dios en oración. Y el Señor respondería esa oración de manera milagrosa: sería la madre de Samuel.
Dicen que las mujeres somos proclives a llorar; que lo hacemos a la menor provocación; que no sabemos hacer otra cosa que llorar. Pero aun el llanto tiene elementos espirituales. La Biblia dice que no es malo llorar, pues asegura que las cristianas también lloramos, pero no lo hacemos como aquellas que “no tienen esperanza” (1 Tes. 4:13).
¿Qué revela tu llanto? ¿Acaso te abandonas a la desesperanza y el dolor? Pierdes mucho cuando te refugias en la tristeza y el llanto pues, en ese estado, no puedes percibir que Jesús está frente a ti, llamándote por tu nombre, deseando consolarte. Al contrario, caes en un estado ensimismado que solo complica las cosas.
Pero el Señor no te abandona: “Jesús conoce la preocupación del corazón de cada madre. El que tuvo una madre que luchó con la pobreza y 1a privación, se compadece de cada madre por sus trabajos. El que hizo un largo viaje para aliviar el ansioso corazón de una mujer cananea, hará otro tanto por las madres de hoy. El que devolvió a la viuda de Naín su único hijo y, en su agonía sobre la cruz, se acordó de su propia madre, se conmueve hoy por la tristeza de una madre. En todo pesar y en toda necesidad, dará consuelo y ayuda” (Hijas de Dios, p. 62).
¿Por qué lloras, mujer? ¿Cuál es el motivo de tu dolor? ¿Acaso son tus hijos? ¿Tu empleo? ¿Tu esposo? ¿Tu soledad? Dilo a Jesús. El tiene la respuesta para cada pesar. Te invito a poner tu vida en sus manos, sobre todo tus tristezas y dificultades.
Gabriela Hernández de Medina
Tomado de: Lecturas devocionalespara Damas 2015 “Jardines del alma” Por: Diane de Aguirre