«Mientras oraba, la apariencia de su rostro cambió y su vestido se
volvió blanco y resplandeciente. Y dos varones hablaban con él,
los cuales eran Moisés y Elías. Estos aparecieron rodeados de gloria; y hablaban de su partida, que Jesús iba a cumplir en Jerusalén». (Lucas 9: 29-31)
Cuando analizamos las causas por las que el Señor no permitió a Moisés pasar el Jordán nos quedamos sorprendidos de la contundencia con que él responde a los ruegos del líder hebreo. Siete veces repite la misma palabra: «No pasarás este Jordán». Más bien, correría la misma suerte que la generación que salió de Egipto. ¿Por qué? El pueblo había llegado a Cades y no había agua. Los israelitas reprocharon a su dirigente el haberlos sacado de Egipto para morir de sed en el desierto (Números 20: 4-5). Dios ordenó a Moisés que, delante de la congregación, hablase a la peña, y esta les daría agua. Sin embargo, él habló al pueblo airadamente y golpeó la peña con su vara dos veces y brotó el agua (vers. 10-11). Esto no agradó al Señor, que reprendió a Moisés y a Aarón (vers. 12; 27: 14).
Los pecados de Moisés habían sido mostrar incredulidad y no haber santificado a Dios delante del pueblo, además de exhibir su abierta rebeldía. Son muy graves, es cierto, porque se trata de pecados de liderazgo. Pero, ¿cómo se podía acusar a Moisés de rebeldía o menosprecio del nombre de Dios? Un hombre que hablaba con Dios cara a cara, que había realizado prodigios y señales en su nombre y del que se dice «nunca más se levantó un profeta en Israel como Moisés» (Deuteronomio 34:10). Una sola falta y perdió la esperanza de entrar en la tierra de Canaán. ¿Era esto justo?
A decir verdad, el Señor sí escuchó el ruego reiterado de Moisés, porque sí pasó aquel Jordán. Pero no sucedió como el viejo líder quería, sino como el Señor tenía previsto. Moisés murió allí, pero no permaneció mucho tiempo en aquella tumba como el testimonio de una misión sin concluir, de un fracaso o decepción. Dios lo resucitó con un cuerpo incorruptible. Estuvo presente en el corazón mismo de la tierra de Canaán al lado de Jesús el Hijo de Dios, aquel Ángel de Jehová que le había acompañado en el éxodo por el desierto. Esta fue la respuesta que el Padre celestial dio a las plegarias de Moisés que quería pasar el Jordán.
También tú puedes en este tiempo tener respuesta a tu pequeño Jordán infranqueable. Como Moisés, acepta la voluntad de Dios aunque no la entiendas. Él sabe lo que es mejor para ti.
Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2015 “Pero hay un Dios en los cielos” Por: Carlos Puyol Buil