“¿Por qué voy a desanimarme? ¿Por qué voy a estar preocupado? Mi esperanza he puesto en Dios, a quien todavía seguiré alabando. ¡Éi es mi Dios y Salvador!» (Salmo 42:11).
Experimenta: ¿Cuáles fueron los primeros alimentos que se cocinaron con microondas?
El estadounidense Percy LeBaron Spencer inventó accidentalmente el horno de microondas en 1945. Mientras probaba un radar llamado magnetrón, descubrió que tras haber pasado frente a la señal, una barra de chocolate que traía en el bolsillo estaba completamente derretida. Quiso comprobar lo sucedido y colocó huevos y maíz frente al radar. ¡A los pocos minutos quedaron cocinados! Inmediatamente fabricó el primer homo de microondas, al que llamó Radarange. Un aparato muy costoso, pesado y grande que solamente se usaba en cocinas militares y hospitales. El invento se fue perfeccionando y en la década de 1970 ya se vendían los primeros microondas domésticos.
La principal característica de estos hornos es cocinar la comida en unos cuantos segundos o minutos. Aunque para muchos esa velocidad no es suficiente. ¡Se quedan frente a la puerta del microondas esperando ansiosamente a que termine de cocinarse! O sacan los alimentos a los pocos segundos de haberlos metido… para comprobar que están fríos por dentro.
Nos gusta que las cosas se «cocinen» muy rápido, incluidas nuestras oraciones. ¡Qué desesperación sentimos si Dios no responde al momento! Nos enojamos con él porque no vemos frente a nosotros la respuesta inmediatamente al abrir los ojos después de decir «amén».
Dios puede darte lo que le pidas al instante. Pero sabe lo que es mejor para ti, así que a veces prefiere «cocinar a fuego lento» tu petición. Es mejor esperar a que el Señor te conteste lo que le pediste a su tiempo.
Dios tiene tres respuestas a nuestras oraciones. A veces, un «sí» inmediato; en ocasiones, un «no» definitivo; en muchas otras, su respuesta es: «Espera. Estoy cocinando lentamente tu petición. ¡El resultado será perfecto!»
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2015 “Ciencia Divertida” Por: Yaqueline Tello Ayala