«Pero Josafat dijo: «¿Hay aún aquí algún profeta de Jehová, para que por medio de él consultemos? «». (2 Crónicas 18: 6)
Josafat creía en los profetas de Dios. En su alianza con Acab, rey de Israel, para pelear contra los sirios, pidió que antes de salir a la batalla se consultara a Dios. Ante tal petición, Acab llamó a sus cuatrocientos profetas palaciegos que presagiaban una gran victoria. Josafat se dio cuenta de que eran profetas falsos e insistió: «¿Hay aún aquí algún profeta de Jehová, para que por medio de él consultemos?». La respuesta de Acab es muy significativa: «Aún hay aquí un hombre por medio del cual podemos preguntar a Jehová; pero yo lo aborrezco, porque nunca me profetiza cosa buena, sino siempre mal. Es Micaías hijo de Imla» (2 Crónicas 18: 7). Josafat pidió que trajeran a Micaías, y cuando este anunció la derrota que sufrirían contra los sirios, donde el propio Acab sería herido de muerte, el rey de Israel lo mandó a la cárcel.
He aquí dos actitudes respecto a los profetas del Señor. Dos actitudes contrapuestas, aleccionadoras, que se pueden repetir también hoy en relación al don profético: incredulidad y fe, confianza y enemistad. La incredulidad se manifiesta en la indiferencia hacia el profeta; es decir, se conocen sus escritos pero no son tomados en cuenta. Se revela también en la desconfianza: el mensaje profético no se considera fiable y se cuestiona su autenticidad y autoridad. También es una forma de incredulidad la negligencia, ya que se tiene respeto a sus escritos pero no se practican sus enseñanzas. La incredulidad activa puede atacar, criticar y perseguir al profeta, al punto de aborrecerlo. Estas actitudes son fruto del orgullo que se antepone a la palabra inspirada; pero también es fruto que dimana del engreimiento el fanatismo que se excede en la interpretación y uso de esos escritos.
La fe y la confianza no implican una actitud ciega o absurda. La fe es el resultado de la experiencia personal y del conocimiento progresivo: «Leer para creer». Por eso, la fe se debe manifestar en la búsqueda confiada, incluso en la investigación rigurosa. La creencia en el profeta se acredita además en la enseñanza, la difusión y la defensa de sus escritos. Finalmente, la fe en la obra del profeta se testimonia con el uso o puesta en práctica de sus mensajes. Así nos lo enseña la Biblia: «Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca» (Apocalipsis 1: 3).
Pide al Señor que hoy te ayude a confiar en sus profetas.
Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2015 “Pero hay un Dios en los cielos” Por: Carlos Puyol Buil