«Tomó luego Samuel una piedra, la colocó entre Mizpa y Sen, y le puso por nombre Eben-ezer, porque dijo:“Hasta aquí nos ayudó Jehová”». (1 Samuel 7: 12)
La opresión filistea sobre los israelitas fue su azote durante muchos años. Lucharon contra ellos Samgar, Sansón, Saúl y David, quien los venció definitivamente. En este episodio aparece Samuel, pero no para dirigir a Israel en una batalla, más bien, su lucha contra los filisteos es espiritual y empieza predicando por las ciudades de Israel: «Si de todo vuestro corazón os volvéis a Jehová, quitad los dioses ajenos y a Astarot, dedicad vuestro corazón a Jehová y servidle solo a él, y él os librará de manos de los filisteos» (1 Samuel 7: 3). Después, reunió una gran asamblea en Mizpa, celebró un ayuno solemne donde el pueblo confesó sus pecados. Entonces, Samuel ofreció sacrificios y, en ese momento, llegó la noticia a la asamblea de que los filisteos venían contra ellos. Los israelitas se llenaron de temor. Aquella reunión no era un consejo de guerra, no había soldados, no llevaban armas, ¿cómo iba a terminar aquel encuentro espiritual? Dios intervino y una tempestad terrible cayó sobre los filisteos destruyendo su ejército «en el mismo campo donde, veinte años antes, las huestes filisteas, habían derrotado a Israel, matado a los sacerdotes y tomado el arca de Dios» (Patriarcas y profetas, pág. 579).
Para que tan prodigioso acontecimiento no fuera olvidado por los israelitas, Samuel hizo erigir una enorme piedra como monumento recordativo y la llamó Eben-ezer, que quiere decir ‘piedra de ayuda’, declarando delante del pueblo: «Hasta aquí nos ayudó Jehová». Así fue como los israelitas se vieron libres de las razias filisteas durante toda la administración de Samuel.
El recuerdo de Eben-ezer tampoco puede ser olvidado por la iglesia. Ya sé que hay cientos de instituciones religiosas en el mundo que han tomado este título para identificarse, que hay personas e incluso iglesias que lo utilizan con regularidad. No, el recuerdo al que me refiero es doble, primero que «es hoy muy necesario que la verdadera religión del corazón reviva como sucedió en el antiguo Israel. El arrepentimiento es el primer paso que debe dar todo aquel que quiera volver a Dios. […] Individualmente debemos humillar nuestras almas ante Dios, y apartar nuestros ídolos» (ibíd., pág. 578). En segundo lugar, que Dios nos ha estado guiando hasta aquí y nos ha acompañado en toda circunstancia, incluso aun en las aparentes derrotas.
¿Acaso no es un buen momento para que reconozcas que hasta aquí te ha ayudado Dios? Valora tus circunstancias y verás lo bueno que ha sido contigo.
Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2015 “Pero hay un Dios en los cielos” Por: Carlos Puyol Buil