Bendito sea Jehová, que oyó la voz de mis ruegos. Salmo 28:6
Hace aproximadamente quince años, viajaba con mis cuatro hijas en el camión de mi esposo, que se dedicaba a transportar estructuras de hierro para construir templos y escuelas adventistas en lugares apartados de mi país.
Era una de las pocas veces que toda la familia viajaba con él. Íbamos de Chiriquí a Bocas del Toro, Panamá. Sabíamos que sería un viaje peligroso porque lo haríamos de noche y en época de lluvias, cuando las carreteras, empinadas y con curvas muy cerradas, se llenaban de lodo por los derrumbes.
Oramos y emprendimos el viaje. Era más de media noche, mis hijas se habían dormido en la parte de atrás del vehículo, y solo mi esposo y yo estábamos despiertos. La carretera estaba resbalosa, pero él trataba de conducir con cuidado. Pasó un tiempo, y en una curva nos encontramos con una parte del camino muy resbaladiza y en bajada. Entonces, mi esposo empezó a sentir que nos deslizábamos, y se le hacía difícil controlar el camión. Comenzó a zigzaguear, e íbamos en picada y sin frenos. Vimos que al final de la bajada había un camión parado en el carril derecho, por donde íbamos nosotros, y otro camión que iba delante de nosotros se detuvo sobre el carril izquierdo. En un instante, las dos vías quedaron obstruidas.
Mi esposo, nervioso, tuvo que decidir rápidamente si se tiraba por la derecha, donde había un precipicio, o chocaba contra el cerro, que estaba a la izquierda. ¡Qué horror!
Maniobrando el camión cuesta abajo y sin frenos, mi esposo decidió finalmente tirarse contra el cerro, donde estaba amarrada una mula. Mientras, yo clamaba al Señor: “¡Dios mío, sálvanos!”. Antes de cerrar los ojos y esperar el impacto, vi que la mula chocaba contra la puerta del conductor y amortiguaba así el golpe contra la roca. La mano poderosa de Dios nos libró de la muerte. Salimos ilesos.
Cada vez que recuerdo ese incidente, viene a mi mente este pensamiento: el Señor nos acompaña siempre, más aún en “los valles de sombra y de muerte», en los caminos descendentes, resbaladizos y oscuros de la vida, Él nunca nos abandona.
Hilda María Castro
Tomado de: Lecturas devocionales para Damas 2015 “Jardines del alma” Por: Diane de Aguirre