domingo , 15 junio 2025
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Matinal Para Adultos 2015

David con la armadura de Saúl

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«Saúl vistió a David con sus ropas, puso sobre su cabeza un casco de bronce y lo cubrió con una coraza. Ciñó David la espada sobre sus vestidos y probó a andar, porque nunca había hecho la prueba. Y dijo David a Saúl: “No puedo andar con esto, pues nunca lo practiqué”. Entonces David se quitó aquellas cosas». (1 Samuel 17: 38-39)

El episodio de la victoria de David contra Goliat está cuajado de lecciones espirituales y morales evidentes. Quisiera resaltar aquí sus palabras y ac­titudes con el rey Saúl. El texto bíblico establece contrastes muy significativos entre David y Saúl que creo merece la pena comentar.

No fue frecuente en las guerras de Israel que, cuando las batallas se prolon­gaban o el cerco a las ciudades no las rendían, la contienda se dirimiera me­diante un combate de dos paladines, representantes de cada uno de los ejérci­tos. ¿Quién debía ser el paladín israelita que saliese a pelear contra Goliat? ¿A qué valiente del ejército de Israel le correspondía limpiar el oprobio lanzado por el filisteo? Durante cuarenta días nadie respondió. En realidad, el contrin­cante debía ser el rey Saúl, él también era muy alto, además, tenía una arma­dura, era un militar experimentado y había obtenido victorias importantes con Israel. Pero en aquel momento el monarca no estaba dispuesto a enfrentarse a Goliat porque tenía el espíritu quebrantado y la conciencia turbada.

Entonces apareció en el frente de batalla David, precisamente cuando el gigante estaba desafiando a Israel. David se sintió ofendido por aquel desafío, manifestó su desdén por el filisteo y no se acobardó ante su estatura ni su ar­madura ni sus palabras, al contrario, tranquilizó el ánimo de todos y dijo al rey: «Tu siervo irá y peleará contra este filisteo» (1 Samuel 17: 32). ¡Qué tremendo contraste! Un humilde pastorcillo animando al rey de Israel, aceptando el reto que solo correspondía a Saúl.

Aunque el rey dudó de que aquel jovencito pudiese vencer al gigante, acep­tó su ofrecimiento para salvar su propia vida y reputación, lo vistió con su armadura, le dio sus armas y lo envió al combate. Saúl confiaba en su armadura pero David depositaba su esperanza en su Dios y se sentía más seguro pelean­do con las armas que sabía manejar, con las que también él era un experto. Por eso, se quitó la armadura de Saúl. En realidad, Dios ha dado a cada ser humano sus propias armas para derrotar gigantes. Nadie necesita colocarse la armadura de otro.

Pide a Dios que te ayude a usar las armas con las que él te ha dotado para ser un triunfador.

 

Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2015
“Pero hay un Dios en los cielos”
Por: Carlos Puyol Buil

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