Pues a sus ángeles mandará cerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. Salmo 91:11
Una mañana, mientras manejaba, di un violento giro a la izquierda. inesperadamente, se me interpuso un auto que me obligó a bajar la velocidad y cambiar de carril bruscamente. Eso me molestó, pues estaba atrasada en camino a mi trabajo. Casi de inmediato, otro auto se saltó el semáforo en rojo e impactó fuertemente el automóvil que había provocado mi brusca maniobra. Vi la escena desde mi carril, y frené de golpe. ¡Literalmente, quede a un centímetro de otro vehículo! Esperé el impacto pero, gracias a Dios, no ocurrió nada. El auto chocado dio varias vueltas, le pegó a otros dos y, luego, se detuvo en medio de la calle. El vehículo que había chocado primero se quedó también parado junto al mío y, después de que se movió, pude salir de la escena.
Ni siquiera podía bajarme del auto. Temblaba, y lloré del susto. Era increíble que no le hubieran pegado a mi automóvil. No me alegre de la desdicha del otro, pero le agradecí mucho a Dios por haberme visto obligada a cambiar de carril. Los testigos presenciales decían: “¡Es increíble!”.
Ese día aprendí una lección y me sentí privilegiada. Yo estaba bien, no había chocado ni me habían chocado. Creo que mi Padre celestial me estaba dando una oportunidad más de sentir su poderosa cercanía. Todo cobró una nueva dimensión para mí; mi fe se reafirmó pues le había pedido protección a Dios, y él me la dio. Sin embargo, no siempre ocurre así porque, “a veces, sí nos chocan”. Esto no significa que el Señor no está a nuestro lado. Aunque pienso que las situaciones que juzgamos como contratiempos —pasa el tren, la autopista está congestionada, hay que cambiar al niño justo en el momento de salir, etcétera— terminan siendo una bendición.
Así ocurre en la vida: muchas veces tenemos que dejar que pase el tiempo para tener una visión más certera de las cosas. Lo que sí “sabemos [es] que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom. 8:28).
Al salir esta mañana de tu cansa, agradécele a Dios por tu ángel guardián y por su gran amor.
Alina Careaga
Tomado de: Lecturas devocionales para Damas 2015 “Jardines del alma” Por: Diane de Aguirre