«Las canas son una digna corona, ganadas por una conducta honrada». Proverbios 16:31, DHH.
En la primavera de 1884, mientras el conocido novelista inglés Oscar Wilde observaba a un amigo pintar el retrato de un hermoso joven, concibió el argumento de su novela más famosa: El retrato de Dolida Gray. Wilde imaginó que mientras Donan iba por la vida, siempre hermoso y arrogante, sin recibir el impacto del tiempo y la historia, su retrato, oculto en el sótano, iba reflejando la compleja vida del personaje, acusando su deterioro psicofísico.
¿No será que a nosotras nos ocurre lo mismo? Nuestra época rinde culto a la belleza del rostro y el cuerpo. Las arrugas son combatidas hasta la cirugía, sufrimos cientos de horas de gimnasia, y adoptamos las modas que nos quitan años aunque nos agreguen incomodidad. Usamos todo tipo de cosméticos para ocultar las canas. Hemos llegado a considerar la vejez como una vergüenza. Lifling y siliconas, gimnasios y aparatos, tinturas y cosméticos nos convierten en estatuas sin tiempo y rostros sin historia.
La publicidad agrava esta histeria colectiva consagrando constantemente esos paradigmas de eternidad joven. Los adolescentes consideran que «hacerse mayor» es una enfermedad. La madurez y la vejez son vistas como el fin de la vida codiciable.
¿No será que a pesar de toda esta «naftalina estética» corremos el peligro de apolillamos por dentro y, como Dorian Gray, no darnos cuenta de que en el sótano de nuestra época o de nuestra vida, el tiempo, el vacío, la inseguridad, la vanidad y un espíritu mendigo están haciendo estragos? ¿Y si nuestro retrato revelara la verdad que tratamos de ocultar?
¿Por qué tanto miedo a la vejez y a la muerte? La vejez es el precio de una vida rica en objetivos, proyectos y servicio. Y la muerte es el merecido descanso del trabajo y el afán de la existencia terrenal. Entonces, ¿no sería mejor orientar nuestra energía hacia esos fines que tratar de ocultar nuestro paso por, el tiempo, escondiendo los errores bajo una postergada madurez?
Con toda su sabiduría, el salmista reflexionó: «Los buenos florecen como las palmas […] aun en su vejez darán fruto» (Sal. 92:12, 14, DHH). ¿Por qué negarla?
Mónica Casarramona, Argentina
Tomado de: Lecturas devocionales para Damas 2014
“De mujer a mujer”
Por: Pilar Calle de Hengen