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«Alejen de ustedes la amargura, las pasiones, los enojos, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo» (Efesios 4: 31, 32).
Cuando era pequeña, solía visitar a mi abuela. Mi abuela siempre tenía una tetera calentándose en la cocina de hierro. Cada vez que siento el aroma del té, en mi mente vuelvo a viajar al pasado, a aquella cocina con el piso inclinado. Pero ¿qué tienen que ver el té y la cocina de hierro con el perdón? Imagínate las siguientes situaciones.
- Tu maestra te acusa de haber copiado en un examen, cuando en realidad fue otro quien copió del tuyo. Ninguna de tus explicaciones cambia lo que la maestra piensa de ti.
- Pocas horas antes de tu fiesta de décimo cumpleaños, tu papá sale a comprar helado y nunca regresa.
- Cometes un error que te avergüenza por el resto de tu vida. Cometes un segundo error que es contárselo a una amiga. Ella lo difunde y se entera toda la escuela.
Todas estas situaciones son reales. Les sucedieron a amigas mías. Quizá también te han sucedido a ti. El dolor parece ser algo que en este mundo sucede naturalmente. ¿Alguna vez tu hermanito menor rompió tu juguete preferido y se salió con la suya sin consecuencias para él? ¿Tal vez tus padres dijeron o hicieron algo que todavía te duele? ¿Alguna tía o maestra te ofendieron y nunca te pidieron perdón? Por mucho que intentes olvidar, el dolor sigue ahí, como la vieja tetera de mi abuela, en tu mente, esperando la oportunidad de volver y quitarte la alegría.
El Calvario fue el lugar del perdón. Cristo pagó por tus pecados y por mis pecados. Solamente perdonando, incluso antes de que nos lo pidan, y dejando de lado los resentimientos, podemos ser perdonados. El perdón permite que desaparezcan todos los olores nocivos, las heridas abiertas, y los dolores que están hirviendo en la cocina de hierro de nuestra mente. En el día de hoy, apaguemos el fuego de esa cocina.
Tomado de:
Lecturas devocionales
para Menores 2014
“En la cima”
Por: Kay D. Rizzo