«Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona» (Hebreos 12: 2).
Corría el año 1931. Estaba a punto de comenzar el primer partido de la serie mundial de béisbol entre los Cardenales de San Luis y los Atléticos de Filadelfia. El protagonista era el presidente de Estados Unidos, Herbert Hoover.
Había miles de hombres sin trabajo, granjeros que habían ido a la quiebra, fábricas que habían cerrado debido a la Gran Depresión. El presidente Hoover pensó que su presencia en el primer partido del campeonato levantaría los ánimos de la nación. Además, Hoover era aficionado al béisbol. El día del partido viajó en tren desde Washington hasta San Luis para hacer el primer lanzamiento: una tradición que había iniciado el presidente William Howard Taften 1910.
Cuando el presidente Hoover llegó al estadio, los reporteros lo asediaron a preguntas. Los fotógrafos insistieron en que hiciera unos cuantos lanzamientos para captarlos con sus cámaras. El complació todas aquellas solicitudes, lanzando la pelota una y otra vez. Los encargados del partido, viendo que el presidente estaba ocupado con los miembros de la prensa, decidieron comenzar sin la participación del presidente.
Después de posar para tantas fotos, Hoover observó que el juego había comenzado, por lo que se echó la bola de práctica al bolsillo y se sentó para presenciarlo. A pesar de los esfuerzos que había hecho para tener el privilegio de hacer el primer lanzamiento, Hoover perdió aquella oportunidad: se dejó distraer de su objetivo. ¡Qué curioso y a la vez qué lamentable!
En lo que se refiere a la preparación para el cielo, tú y yo podríamos cometer el mismo error. ¡Podríamos distraernos y perder el gran don de la eternidad si perdemos de vista la razón para estar allí, sí permitimos que otras personas se interpongan entre nosotros y Jesús!
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2014
“En la cima”
Por: Kay D. Rizzo
