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Matinal Para Damas 2014

Nunca digas: «hoy no puedo»

 Por ello, hermanos, en medio de toda nuestra necesidad y aflicción fuimos consolados de vosotros por medio de vuestra fe”  1 Tesalonicenses 3:7

Representaba a una empresa que comercializaba artículos quirúrgicos cuando me ente­ré de que en una de las instituciones de salud que solía visitar estaba inter­nada una hermana mayor, sin diag­nóstico y sin familia cerca para que la atendiera. Comencé a visitarla y a compartir promesas con ella, además de orar para que Dios la ayudara a con­fiarle su caso y a entender que la paciencia es una de las virtudes que preparan a sus hijos para el reino de los cielos.

Se acercaba el viernes y yo sabía que nadie iría a visitarla para recibir el sábado con ella. Así que le prometí que antes de volver a casa, luego del trabajo, pasaría por el hospital para recibir el sábado juntas. Ese viernes el ómnibus en el que volvía a casa protagonizó un accidente de tránsito en el que tres ligamentos del pliegue del codo se me dañaron. Así que me fui al hospital en el que trabajaba y entre esperas de médicos y estudios clínicos se puso el sol. Además, comenzó a caer una niebla que dejó sin señal los celulares, por lo tanto no podía avisar a mi familia de lo que me sucedía. Cuando pude salir ya eran pasadas las 19:00 y había anochecido.

Pensé en la hermana y en la tarjeta que le había preparado y pensé: “Señor, ya se hizo tarde y mi familia no sabe dónde estoy ni qué me pasó; voy otro día”, pero sentí una voz interior que me decía: “Te está esperando, serás como un ángel para ella”. No sabía bien si era la voz del Señor o mi propia conciencia, pero me dirigí al hospital. ¡Con qué emoción me recibió, y cuán edificante fue el culto para las dos! Cuando salí de allí me había olvidado de que era tarde y de que solo podía manejarme con un brazo.

Al llegar a la parada del ómnibus, un colectivo que pasaba por mi casa estaba esperando, vacío. Cuando subí arrancó y viajé sola hasta llegar a casa. El Señor me envió un “taxi”. Me sentí muy pequeña al darme cuenta de que el Rey del universo me había encomendado una tarea que no era menor: una hija suya estaba sola y me había escogido para llevarle consuelo en la hora de aflicción. Mi problema y mi dolor solo habrían sido una excusa.

 Rosario Perdomo de Larrosa, Uruguay

Tomado de:
Lecturas devocionales para Damas 2014
“De mujer a mujer”
Por: Pilar Calle de Hengen

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