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«Al hombre le parece bien todo lo que hace, pero el Señor es quien juzga
las intenciones. Practica la rectitud y la justicia, pues Dios prefiere eso a los sacrificios» (Proverbios 21: 2, 3).
El ricachón de Zac no siempre había sido un gran personaje. De hecho, cuando era niño los demás chicos se burlaban de él porque era muy bajito. Se burlaban tanto, que Zac juró vengarse, y que un día lamentarían haber sido tan crueles con él.
La suerte y la dedicación ayudaron a Zac, de modo que ahora, cuando caminaba por las calles, ya nadie se burlaba de él sino que todos lo miraban con temor. Muchas veces incluso lo hacían tras las ventanas de sus casas. De él se decían muchas cosas negativas, pero a Zac no le importaba porque ahora era rico. Se había enriquecido robando a sus vecinos. Lo más increíble de todo era que ellos lo sabían, pero no podían hacer nada al respecto. Por eso odiaban cada vez más a Zac.
Zac sabía lo que la Biblia dice sobre robar, mentir y otros pecados que él se jactaba en cometer. Sin embargo, aunque reconocía que no era correcto hacer esas cosas, se justificaba diciendo que al robar a sus vecinos estaba cobrándose la deuda que ellos tenían con él por todo el dolor que le habían hecho sufrir durante años. Así que en lugar de preocuparse por sus acciones, él se reía cada vez que recibía un insulto de sus vecinos, y acariciaba su cartera mientras seguía su camino.
Zac probablemente habría continuado siendo un hombre malvado y odiado por el resto de su vida de no haber sido por la súbita aparición de una persona. Un día, mientras regresaba de su oficina, observó que sus vecinos apenas le prestaban atención. No le hacían muecas, ni lo miraban mal. Más bien, le pasaban al lado apresuradamente. Al escucharlos, descubrió que alguien importante estaba a punto de llegar a su pueblo.
(Continuará…)
Tomado de: Lecturas devocionales para Menores 2014
“En la cima”
Por: Kay D. Rizzo