domingo , 23 marzo 2025
Matinal Para Menores 2014

Una aventura submarina

«Ten otra vez compasión de nosotros y sepulta nuestras maldades. Arroja nuestros pecados a las profundidades del mar» (Miqueas 7:19).

Jacques Piccard se llenó de orgullo al contemplar el último invento de su padre Auguste: el batiscafo. Aquella nave sumergible, diseñada para explo­raciones submarinas, estimuló la imaginación del chico. Escuchó atenta­mente mientras su padre explicaba el funcionamiento de la nave. Jacques entró en la cabina de la hermética esfera asegurada al casco de la nave y se imaginó que navegaba por los corales del Pacífico sur.

El 23 de enero de 1960, el sueño de Jacques se hizo realidad. El y Donald Walsh pusieron a prueba el gran invento de Auguste Piccard. A las 8:23 a.m. Jacques y su compañero entraron al batiscafo Trieste y sellaron la escotilla. El Trieste fue bajado al agua para comenzar su lento descenso al punto más profundo del Pacífico: la fosa de las Marianas. Antes del mediodía alcanzó una profundidad mayor que la altura del Everest. En aquel momento los dos hombres escucharon un fuerte crujido. La tremenda presión del agua había hecho una pequeña fisura en una de las ventanillas. Pero la ventana no cedió, por lo que los dos hombres continuaron su descenso. A la 1:06 p.m. tocaron fondo: más de 11,000 metros por debajo del nivel del mar.

Durante veinte minutos observaron peces nunca antes vistos nadando de aquí para allá. Luego, con algo de desgana, comenzaron su largo viaje de re­greso. A las 4:56 p.m. el Trieste salió a la superficie, y sus tripulantes supieron que habían descendido y regresado del punto de mayor profundidad del todo el mar.

Aunque Dios promete echar nuestros pecados a lo más profundo del mar, dudo que Jacques y Donald hayan visto mentiras o rabietas rondando por el lecho del océano. Probablemente tampoco vieron asesinatos ni robos. Pero eso no empequeñece la promesa divina. Lo que nuestro Padre celestial desea es que entendamos que nuestros pecados son lanzados lo más lejos posible de él. Han desaparecido; han sido perdonados y olvidados para siempre. ¿No te alegra saber que todo lo que Jacques Piccard encontró fueron peces, co­rales y plantas marinas? ¿No te alegra que no pudo descubrir mis pecados ni tus errores, porque Dios los ha hecho desaparecer para siempre?

Tomado de:
Lecturas devocionales para Menores 2014
“En la cima”
Por: Kay D. Rizzo

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