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«Si ustedes llaman “Padre ” a Dios, que juzga a cada uno según sus hechos y sin parcialidad, deben mostrarle reverencia durante todo el tiempo que vivan en este mundo» (I Pedro 1: 17)
El agotado viajero entró al vestíbulo de un elegante hotel de la ciudad de Baltimore, Estados Unidos. El administrador miró con desagrado al individuo, mientras este se acercaba al mostrador. «Un sucio granjero», pensó con disgusto.
—Necesito una habitación para pasar la noche —dijo el viajero.
El administrador lo miró de reojo y luego hizo un comentario:
—Lo siento, señor, pero no tenemos ninguna habitación para usted.
El granjero fingió no haber escuchado y repitió su pedido. Obtuvo la misma respuesta. Así que se dio la vuelta, ordenó que ensillaran su caballo y que se lo trajeran a la puerta, y se marchó. Entonces, un elegante huésped del hotel se acercó al mostrador:
—Caballero —le dijo al administrador—. ¿Sabe usted quién es el que acaba de salir?
—No —respondió el hombre con arrogancia—. ¿Debería saberlo?
—Sí —contestó el encopetado caballero—, ese hombre es Thomas Jefferson, el vicepresidente de los Estados Unidos.
—¡¿El vicepresidente de los Estados Unidos?! —exclamó el administrador.
El hombre envió apresuradamente a un empleado para que tratara de alcanzar a Jefferson, y le dijera que el hotel estaba completamente a su disposición. Al rato el empleado regresó, indicando que Jefferson ya estaba alojado en otro hotel y que enviaba un mensaje: «Si no tiene una habitación para un sucio granjero, tampoco la tiene para el vicepresidente».
Años después, Thomas Jefferson se convirtió en el tercer presidente de los Estados Unidos. Jefferson le enseñó al administrador de aquel hotel una valiosa lección: «No juzgues a la gente por su vestimenta». Quizá esa sea una lección que tú y yo también necesitamos aprender.
Tomado de:
Lecturas devocionales para Menores 2014
“En la cima”
Por: Kay D. Rizzo