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Matinal Para Adultos 2014

Misión a la lejana California

Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies. Mateo 9:38.

La primera misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día fuera del noreste de los Estados Unidos fue a la lejana California, un Estado separado del resto de la República por más de dos mil cuatrocientos kilómetros de desierto, bosques y montañas. La tierra salvaje que se interponía entre ambas partes de la Nación no solo era mucha en distancia, sino también difícil (y a veces peligrosa) para viajar.

En el siglo XIX, había personas adventistas o impresos de la iglesia que generalmente llegaban a un lugar mucho antes de que la iglesia tuviese alguna actividad formal allí. Esa era la situación de California. En 1859, Merritt G. Kellogg (medio hermano mayor de J. H. Kellogg) llegó a San Francisco, después de seis meses de viaje por el país en ferrocarril, carretón y carreta de bueyes. Probablemente haya sido el primer adventista del Estado.

Dos años después, Kellogg (que era un creyente laico) predicó en una serie de reuniones en San Francisco, y bautizó a catorce almas. Cuatro años después, el grupo de creyentes que había allí decidió enviar 133 dólares en oro a Battle Creek, destinados a pagar los gastos de viaje de un pastor. Pero, la iglesia no tenía a nadie para enviar.

Entonces, en 1867, Kellogg regresó al este por algunos meses, y obtuvo una maestría en el Colegio Higiénico Terapéutico de Trall. Estando en el este, asistió al Congreso de la Asociación General de 1868, donde rogó por un misionero para California. Pero ¿quién iría?, preguntó Jaime White.

En respuesta, J. N. Loughborough relacionó sueños y habló de fuertes impresiones que había tenido, vinculadas con celebrar reuniones en carpa en California. Los dirigentes pronto estuvieron de acuerdo en dejarlo ir. Pero ¿debía lanzarse solo? Al fin y al cabo, observó Jaime, Cristo los envió de dos en dos. En ese momento, D. T. Bourdeau se puso de pie y dijo que había tenido la convicción de que era hora de mudarse, y que él y su esposa habían ido al Congreso con todo lo que tenían, ya empacado. Estaban listos para ir donde la iglesia le indicara.

Así, los dos predicadores adventistas llegaron a San Francisco en julio de 1868. Allí encontraron una carta de Elena de White, que les decía que no fuesen tacaños en su obra en California. “No pueden trabajar en California”, escribió, “como lo hacían en Nueva Inglaterra. Una economía tan estricta sería considerada como ‘tacaña por los californianos”. Ese fue un buen consejo. Pero ¿dónde debían armar la carpa evangelizadora? El alquiler de un terreno era más de lo que incluso podrían llegar a pensar. Oraron, y Dios respondió.

La dedicación de esos primeros creyentes me asombra. ¿Cuántos asistiríamos a un Congreso de la Asociación General con todas nuestras pertenencias listas, con la intención de mudarnos según el Señor indique? ¿Cómo está nuestro “cociente de dedicación” hoy?

Tomado de: Lecturas devocionales para Adultos 2014
“A menos que Olvidemos”
Por: George R. Knight

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