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«Se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él» (Juan 20: 31).
En el año 1799, en la ciudad de Rosetta, Egipto, un grupo de soldados franceses encontró por casualidad una piedra con varias inscripciones. Una de las inscripciones estaba en griego, y las otras dos en antiguos lenguajes egipcios: en jeroglíficos y en caracteres demóticos. Los tres textos parecían decir lo mismo. La piedra fue llevada a lingüistas para que la descifraran. No tuvieron problemas con la inscripción en griego, pero no pudieron descifrar el código de los dos mensajes egipcios.
En 1818, Jean François Champollion, un francés de veintiocho años, descubrió que en los jeroglíficos egipcios algunas de las figuras representaban sonidos. A Champollion le tomó más de cuatro años descifrar del todo el misterio de aquella piedra que había desconcertado a los eruditos durante tanto tiempo. Aquel descubrimiento fue la clave que permitió a los estudiosos interpretar otros antiguos manuscritos y descubrir cómo la historia del Antiguo Testamento se relaciona con algunos acontecimientos de la época.
Otro descubrimiento que confirma la validez de la Biblia ocurrió no a través del esfuerzo de un hombre, sino por casualidad, si es que existen las casualidades. Un día, un joven pastor de ovejas cuidaba del rebaño de su padre cerca del Mar Muerto cuando uno de los corderitos entró a una cueva. Cuando el chico descubrió que faltaba un corderillo, salió a buscarlo y lo encontró en la entrada de una cueva que no había visto antes.
Sintió curiosidad por saber cuán profunda era la cueva, por lo que lanzó varias piedras a aquella oscuridad. De repente, escuchó el chasquido de algo que se rompía. Eran unas antiguas tinajas de barro que tenían dentro viejos pergaminos: antiguas copias de las Sagradas Escrituras. Esos pergaminos fueron luego conocidos como los «manuscritos del Mar Muerto» y contribuyeron a establecer la autenticidad del texto que constituye nuestra Biblia.
Confío en Dios, y estoy segura de que ninguno de esos grandes descubrimientos fue casualidad. En su sabiduría y en el momento adecuado, Dios provee lo que su pueblo necesita para creer en él y entrar a su reino.
Tomado de:
Lecturas devocionales para Menores 2014
“En la cima”
Por: Kay D. Rizzo